Gara, como su homónima
guanche amaba el agua; pero a diferencia del desdichado final de la princesa de
sus ancestros, no hubo de luchar contra la oposición de sus progenitores para
amar y ser amada. Aborrecía el drama a no ser que formara parte de una buena
pieza literaria o teatral. Ella vivía su historia de amor con pasión y
complicidad sin momentos culebrón. Entendía que estos tenían su espacio en el
reino de las telenovelas, país que no estaba en su ruta de viajes por visitar.
Gara había salido a primera
hora de la mañana del hogar para andar la ciudad, estrenando con su paso, las
calles, aún mojadas por el riego temprano de los servicios municipales de
limpieza. Se encontraba con otros senderistas urbanos que contemplaban las
aceras y el asfalto de siempre, con los ojos curiosos de la primera vez. Este
ritual era una buena forma de inaugurar el día pues tenía la frescura del agua
mañanera.
Gara había cruzado la
calzada hasta desembocar en la playa; la arena mostraba surcos desiguales a la espera
de que se plantaran y crecieran en ellos los deseos de disfrute y descanso de
quienes optaban por hacer de la costa su lugar de asueto.
Gara sentía deleite cuando
las olas venidas a espuma envolvían sus pies y por momentos hundían el suelo
húmedo desapareciendo con él todo vestigio de su huella reciente.
Gara buscaba el sol para celebrar
su aparición. Para ella era una manera de darse la bienvenida a un nuevo día.
Mientras ambulaba acompañada de una ligera brisa, acariciada por el agua, sobre
un terreno sólido y efímero, aguardaba el centelleo que presagiaba la presencia
del astro rey o presidente de república.
Gara contemplaba, con
silenciosa emoción, cómo el firmamento subía el telón de la oscuridad para dar
comienzo a otra función matinal. En otros puntos del planeta habría por igual
un inicio, pero en dicha ocasión, sería nocturno.
Dispuesta a protagonizar la
escena que pondría en marcha el primer acto de la jornada que representaría,
tomó aire por la nariz, lo bajó al estómago
como si de un tamboril hinchado se tratara y lo retuvo el tiempo preciso
apara oxigenar el interior. Después, exhaló despacio. Gara se sonreía virando
hacia las horas por vivir. Y así prosiguió su paso, agradeciendo su
participación, una vez más, en el elenco y guiada por la luz clara que
deshilachaba cuanta nube encontraba.
Gara anduvo y anduvo
adentrándose en las entrañas de la urbe. Pronto paseó por las ramblas de la
zona comercial reconvertidas en un curioso estudio de arte al aire libre donde
juventud y veteranía, por cuya sangre corría el color, apuraban la pincelada,
el trazo y el gesto en el manejo de la
paleta.
Gara posó su mirada en las
distintas propuestas creativas. Allí había luz, había belleza; y ella,
consciente, se sintió luz y bella también. Buena semana.
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