domingo, 10 de julio de 2016

PERSIGUIENDO EL SOL LLEGAMOS HASTA …

Gara, como su homónima guanche amaba el agua; pero a diferencia del desdichado final de la princesa de sus ancestros, no hubo de luchar contra la oposición de sus progenitores para amar y ser amada. Aborrecía el drama a no ser que formara parte de una buena pieza literaria o teatral. Ella vivía su historia de amor con pasión y complicidad sin momentos culebrón. Entendía que estos tenían su espacio en el reino de las telenovelas, país que no estaba en su ruta de viajes por visitar.
Gara había salido a primera hora de la mañana del hogar para andar la ciudad, estrenando con su paso, las calles, aún mojadas por el riego temprano de los servicios municipales de limpieza. Se encontraba con otros senderistas urbanos que contemplaban las aceras y el asfalto de siempre, con los ojos curiosos de la primera vez. Este ritual era una buena forma de inaugurar el día pues tenía la frescura del agua mañanera.
Gara había cruzado la calzada hasta desembocar en la playa; la  arena mostraba surcos desiguales a la espera de que se plantaran y crecieran en ellos los deseos de disfrute y descanso de quienes optaban por hacer de la costa su lugar de asueto.
Gara sentía deleite cuando las olas venidas a espuma envolvían sus pies y por momentos hundían el suelo húmedo desapareciendo con él todo vestigio de su huella reciente.
Gara buscaba el sol para celebrar su aparición. Para ella era una manera de darse la bienvenida a un nuevo día. Mientras ambulaba acompañada de una ligera brisa, acariciada por el agua, sobre un terreno sólido y efímero, aguardaba el centelleo que presagiaba la presencia del astro rey o presidente de república.
Gara contemplaba, con silenciosa emoción, cómo el firmamento subía el telón de la oscuridad para dar comienzo a otra función matinal. En otros puntos del planeta habría por igual un  inicio, pero en dicha ocasión, sería nocturno.
Dispuesta a protagonizar la escena que pondría en marcha el primer acto de la jornada que representaría, tomó aire por la nariz, lo bajó al estómago  como si de un tamboril hinchado se tratara y lo retuvo el tiempo preciso apara oxigenar el interior. Después, exhaló despacio. Gara se sonreía virando hacia las horas por vivir. Y así prosiguió su paso, agradeciendo su participación, una vez más, en el elenco y guiada por la luz clara que deshilachaba cuanta nube encontraba.
Gara anduvo y anduvo adentrándose en las entrañas de la urbe. Pronto paseó por las ramblas de la zona comercial reconvertidas en un curioso estudio de arte al aire libre donde juventud y veteranía, por cuya sangre corría el color, apuraban la pincelada, el trazo y  el gesto en el manejo de la paleta.
Gara posó su mirada en las distintas propuestas creativas. Allí había luz, había belleza; y ella, consciente, se sintió luz y bella también. Buena semana.





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