Abenchara desenredaba su
melena rubia. El cabello estaba encrespado. Ella también. Tenía ganas de gritar
pero en su garganta reinaba el silencio. No podía estarse quieta. Andaba y volvía
sobre sus pasos. No paraba de ordenar cosas.
Abenchara sabía que cuando
se sentía tensa tendía a colocar lo que estuviera más cerca de ella. Se lo hizo
notar su madre, Tenesedra, cierta tarde que ante un té rojo, lo que empezó siendo
una afable conversación derivó hacia las costas de la discusión. En seguida,
Abenchara hizo un barrido por el mantel de hule y no dejó objeto o resto de
comida fuera de lo que ella creía que era el orden. Su progenitora, rompiendo a
reír comentó que su tía paterna también hacía lo mismo en momentos en los que se
alteraba.
Abenchara no llegó a conocer
a su tía abuela pero desde entonces,
cada vez que la geometría enmarcaba su desasosiego, su corazón guiñaba una
aurícula a su antepasada.
Abenchara se sentía
catapulta de jabalina con punta de hierro al rojo vivo. ¡Vamos, qué estaba encendida!. Se defendía de la vida
como si de una saguntina se tratase ante el asedio de Aníbal. La realidad la
situaba en el disparadero avisando que acababa un ciclo y empezaba otro. En
esos días comprendía los sucesos que anunciaban que el orden – ese que tanto
necesitaba cuando no lograba cogerle el puntito al caos - habría de ser
reinventado.
Abenchara se sentía oruga a
punto de convertirse en mariposa. Una vez más, pese a la confianza en el
porvenir, no podía dejar de experimentar la horas con sus pensamientos y
emociones como rocas que hacían diana en su cabeza y en su corazón; lanzadas
por una eficaz maquinaria cual escorpión cartaginés que, hábil, daba en el blanco.
Abenchara comprendía que se
cierra y se abre ciclos constantemente en el devenir humano. Pero también era
consciente de que en algunas ocasiones el motor de la clausura y apertura es una
ventolera que deja sin resuello. Y en eso andaba cuando sentada en el avión
cambiaba su residencia habitual por la de un país lejano. Mientras almorzaba
una ensalada generosa en verde, situó vaso, servilleta y cubierto como si la
imaginación, la creatividad, y la atracción por la simetría de Maruja Mallo
guiara sus manos. Y es que la geometría aquí era el coselete contra el momento
falárica del que sabía saldría fortalecida. Buena semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario