domingo, 24 de julio de 2016

MOMENTO FALÁRICA, MOMENTO ESCORPIÓN

Abenchara desenredaba su melena rubia. El cabello estaba encrespado. Ella también. Tenía ganas de gritar pero en su garganta reinaba el silencio. No podía estarse quieta. Andaba y volvía sobre sus pasos. No paraba de ordenar cosas.
Abenchara sabía que cuando se sentía tensa tendía a colocar lo que estuviera más cerca de ella. Se lo hizo notar su madre, Tenesedra, cierta tarde que ante un té rojo, lo que empezó siendo una afable conversación derivó hacia las costas de la discusión. En seguida, Abenchara hizo un barrido por el mantel de hule y no dejó objeto o resto de comida fuera de lo que ella creía que era el orden. Su progenitora, rompiendo a reír comentó que su tía paterna también  hacía lo mismo en momentos en los que se alteraba.
Abenchara no llegó a conocer a su  tía abuela pero desde entonces, cada vez que la geometría enmarcaba su desasosiego, su corazón guiñaba una aurícula a su antepasada.
Abenchara se sentía catapulta de jabalina con punta de hierro al rojo vivo. ¡Vamos,  qué estaba encendida!. Se defendía de la vida como si de una saguntina se tratase ante el asedio de Aníbal. La realidad la situaba en el disparadero avisando que acababa un ciclo y empezaba otro. En esos días comprendía los sucesos que anunciaban que el orden – ese que tanto necesitaba cuando no lograba cogerle el puntito al caos - habría de ser reinventado.
Abenchara se sentía oruga a punto de convertirse en mariposa. Una vez más, pese a la confianza en el porvenir, no podía dejar de experimentar la horas con sus pensamientos y emociones como rocas que hacían diana en su cabeza y en su corazón; lanzadas por una eficaz maquinaria cual escorpión cartaginés que, hábil, daba en el blanco.
Abenchara comprendía que se cierra y se abre ciclos constantemente en el devenir humano. Pero también era consciente de que en algunas ocasiones el motor de la clausura y apertura es una ventolera que deja sin resuello. Y en eso andaba cuando sentada en el avión cambiaba su residencia habitual por la de un país lejano. Mientras almorzaba una ensalada generosa en verde, situó vaso, servilleta y cubierto como si la imaginación, la creatividad, y la atracción por la simetría de Maruja Mallo guiara sus manos. Y es que la geometría aquí era el coselete contra el momento falárica del que sabía saldría fortalecida. Buena semana.




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