domingo, 17 de julio de 2016

APENAS VEINTE PÁGINAS

Artemi miró desolado la pantalla del ordenador. Hombre de gran nobleza empatizó pronto con el dolor ajeno  que una voz en off transmitía poniendo calificativos a la desolación. Tomó un vaso de agua fresca, con gas y las burbujas se le asomaron a los ojos en sintonía con el padecer inocente.
Artemi era un hombre proclive a la justicia humana; en cuanto a la divina tenía serias objeciones que se encaminaban a encontrar una respuesta al sentido del sufrimiento en la vida. Le afectaba especialmente el dolor innecesario, involuntario, inútil.
Artemi entendía que el  devenir humano corría parejo al binomio dolor y placer. Esto no le inquietaba pues comprendía que al conocer y aceptar las reglas del juego  también había que dar por bueno el resultado de la partida, fuera el que fuere. Pero se enronchaba cuando el sufrimiento habitaba en la gente desamparada para quienes la Declaración Universal de los Derechos Humanos no era el paraguas del amparo que con sus 30 varillas guarecieran la dignidad humana, fin para el que fue diseñada.
Artemi era inteligente pero no había encontrado la respuesta para la sinrazón del siglo en el que vivía. Entendía que el ser humano puede ser el más sublime de cuantos habiten el planeta Tierra; pero también que, llegado el momento, podría ser la bestia más siniestra. Momentos, momentos.
Artemi pensaba en la paradoja de que tras tanto desarrollo de las nuevas tecnologías el ser humano terminaba por necesitar la prescripción médica que recetara vía urgente el caminar diario. Sonrió. En esto Lucy, el primer homínido bípedo, nos aventajaba. Se preguntaba entonces ¿progresamos?. Cuando los medios de comunicación le hacían presente, de forma explícita, la maldad humana, o la  experiencia cotidiana le exponía el power point explicativo, a la par que justificativo, del egoísmo finamente hilado con el estambre de las sesudas teorías reputadas, todo ello mezclado con  los minutos de publicidad obligatoria, institucional o privada, aumentaba su sospecha sobre  el progreso y lo que parecía ser su  dirección unívoca.
Le gustaba leer la historia en clave solidaria. Le resultaba agradable el agua fría con gas. En ambas ocasiones sus ojos trocaban en niebla y rocío. En el segundo caso tenía una explicación física. En el primero se debía a que , a ojo de buen cubero, la fraternidad ocupaba apenas veinte páginas en el libro de la humanidad. Buena semana.







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