domingo, 3 de julio de 2016

AUNQUE EL MAPA NO ES EL TERRITORIO

Aday vive en las afueras de la ciudad. Es un hombre de éxito. Forma parte del grupo de personas que tiene poder. Se dedica a la política con compromiso y honestidad. Estudió Economía y un tiempo después Geografía e Historia. Esta sugerente miscelánea intelectual le ha dotado de una forma de mirar inusual.
Aday está orgulloso de su nombre; pero no hace aspavientos. Significa “el que vive abajo” en alusión al guerrero más valiente, tal como era común entre sus antepasados, los guanches. La sana  distancia de la comunidad se contempla pues como un reconocimiento al coraje.
Aday toma una copa de vino blanco de aguja de la variedad verdejo mientras se entretiene pasando las páginas de una de las joyas familiares: el antiguo Atlas del abuelo. Le maravilla la maestría a la hora de plasmar en trazos cada recoveco del planeta Tierra. Le fascina el traslado de la esfera al plano. En su memoria acuden momentos en los que él se erigía como diseñador de la ruta a seguir por los vericuetos de los juegos infantiles; así se recuerda como capitán, sheriff, guía o jefe indio. Se sabe capaz de gobernar y disfruta al desenredar la madeja de las dificultades propias de la toma de decisión ejecutiva.
Aday saborea el vino frío, refrescante con un agradable toque cítrico que danza en la copa con un bamboleante vaivén. No es un hombre especialmente dado a la bebida; pero sí paladea el disfrute, de vez en vez, de la copa, en solitario o en buena compañía, que festeja la vida propia y ajena.
Aday se ha detenido ante el mapa de África. Su lugar de nacimiento le ha familiarizado con rostros y palabras del continente negro. Ha realizado varios viajes  a países que la moda turística publicitaba como aventuras exóticas y que le hicieron presente el respirar tórrido de aquel lugar. Otros han sido incitados por una curiosidad al margen de propuestas convencionales. En ambos, ha disfrutado: en los primeros de la confianza  en el “dejarse llevar”; en otros, de la confianza en el desarrollo de la habilidad de la escucha atenta de su corazón y de la destreza en el manejo de las nuevas tecnologías como profesionales ingenieros del camino.
Aday repasa la silueta de las naciones africanas y reflexiona sobre lo irreal de algunas lindes geográficas trazadas con escuadra y cartabón. Si bien la recta es la distancia menor entre dos puntos no es la que abarca toda la riqueza contenida en las entrañas de las curvas entre la partida y la llegada.
Aday está a punto de acabar su vino, esta vez en grata soledad, cuando cavila sobre las diferencias entre lo escrito y lo vivido, entre el pensar y el sentir, entre el mapa y el territorio. Intuye que en cada carta geográfica, por mucha diligencia que haya en su alumbramiento, no cabe amanecer ni ocaso ( incluido el  rayo verde o de otro color): que en su forma no se reconoce el mágico terreno de la posibilidad que, como terremoto, maremoto, tsunami o ciclogénesis explosiva late en toda piedra, agua, aire y fuego. Concluye que en la vida humana ocurre de forma semejante. No se puede encauzar rectamente el latir de una persona o de un pueblo, en los estrechos márgenes de la identificación nominal. Piensa que aunque la realidad también es palabra su profesión ha de ser la de comadrona de la biodiversidad.
Aday ama las visiones contrarias, la riqueza de la noria vital que gira con constancia, sin interrupción, elevando o descendiendo a quien ocupa el lugar de pasajero. Aprende a vivirse en varias dimensiones y este visionar lo aplica en su mirar al otro. Pone en valor la divergencia como germen de lo futurible. Sonríe al disenso  por ser el acicate para el boceto de una nueva ruta en el andar humano pergeñado a pie de vía. Es consciente de que aunque mapa y territorio no coincidan perfectamente cuando  este ambular es solidario e integrador es también  la perfección. Buena semana.






No hay comentarios:

Publicar un comentario