domingo, 18 de septiembre de 2016

CADÁVERES A MEDIO ENTERRAR

Ithaisa había quedado con sus amigas para charlar un rato y tomar algo. Decidieron encontrarse en la costa donde el sol parecía que había fijado residencia. El matutino cielo azul era el telón idóneo anticipando la festividad del día. La ligera brisa refrescaba el paseo playero y a quiénes por él transitaban.
Ithaisa y compañía encontraron una terraza apropiada para iniciar el encuentro periódico que tiempo atrás, el azar, propició; y que  después, la voluntad y el goce habían convertido en un espacio de calidad. Un hombre delgado vestido de melancolía se acercó, preguntando rutinariamente por la cantidad de personas dispuestas a ocupar las mesas. Estas empezaron a ser reubicadas por las chicas, a fin de que el grupo de féminas tuviera cabida. En respuesta al empleado contestaron que serían diez. Al oír esto, el camarero les informó de que eran demasiadas personas y que no podían ser atendidas. No hubo explicación a pesar de que se le solicitara y tras  cesar el movimiento de redistribución, las mujeres se marcharon, perplejas, dejando la terraza, vacía como cuando llegaron y rodeadas por el manto del  escepticismo en cuanto a la política de captación y fidelización de la clientela desarrollada por el establecimiento. Supusieron que habría alguna explicación coherente que dotara de sentido lo acontecido pero como no era una cuestión de vida o muerte  decidieron localizar otro punto de encuentro.
Ithaisa recuerda en su hogar, días más tarde, cómo finalmente hallaron el lugar deseado, previo peregrinar terrazil. Evoca la utilización de los hilos confianza, confidencia y humor a la hora de confeccionar una nueva prenda de afecto que llevaba puesta cuando se despidieron hacia el mediodía y cuyo calorcito ella aun percibía.  
Ithaisa, en un impulso que el recuerdo parió, se abrazó y sonrió. Después, su mente tomó protagonismo para zambullirla en las aguas de la reflexión.
Ithaisa pensó, entonces, en la duración de las sensaciones: de los aromas, de las miradas, de los sonidos, de los sabores, de los roces. Le fascinaba el senderismo por las rutas desbrozadas en el pasado. Con tanto andar había vuelto a caminos pretéritos, ahora intransitables ocupados por la  hierba salvaje o la edificación doméstica. También se regocijaba antes aquellos tramos que ella llamaban oscilobatientes porque o bien supusieron una apertura explícita a otra época o porque abrieron huecos que oxigenaron su corazón en la estación de la asfixiante apatía.
Ithaisa, asimismo, retornaba a los trechos, afortunadamente en peligro de extinción, de los que antaño huyera despavorida, dejando en espera una ceremonia del adiós que cual inerte foto fija pretendiera dotar de vida a lo irremediablemente inanimado. Con los años, para estas excursiones se pertrechaba con guantes, pala y flores, o lo que es lo mismo, con delicadeza, aceptación y gratitud. Era su manera de cerrar el rito inconcluso y permitir que, a su debido tiempo, con el abono adecuado, se proyectara otra historia.

Ithaisa era viajera. A veces sus destino le hacía saltar de continente en continente; otras le acercaba a la riqueza de lo cercano; pero  su itinerario preferido era el que le permitía vivir la aventura de pasar de un ciclo a otro, protagonizando la sugerente e intrincada  danza del soltar y el asir; tras tan exótico viaje interno retornaba a su cotidianidad, sabedora del protocolo vital que garantizaba que, al llegar la estación de las lluvias, no emergerían cadáveres a medio enterrar. Buena semana. Buena semana.

2 comentarios:

  1. Casi me ruborizo al pensar que quizás Ithasia pudiera ser yo. ¿Y por qué no? La literatura no es más que un espejo en el que mirarse. Fantástico como siempre, Pilar. Buena semana para ti también.

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  2. Gracias. ¿Todas en algún momento somos Ithaisa ? ...... o no. Un abrazo, Inma.

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