domingo, 11 de septiembre de 2016

TESELAS DE UN MISMO MOSAICO

Airam era alto, un tanto desgarbado y con una tendencia al aburrimiento que le ocasionó problemas cuando primero de pequeño, y luego, de adolescente era incapaz de fijar la atención en las explicaciones de los  docentes de toda condición a quienes debía su formación . A partir de los doce años su cuerpo empezó a crecer en modo desparrame y se salía, literalmente, de las sillas de diseño obsoleto para su edad. Su familia se quejó pero sin resultado. Airam se acostumbró a permanecer encorvado durante el horario escolar, levantando los hombros, en un intento de acomodarse al espacio académico; la cabeza terminó por estirarse ligeramente hacia delante y con el paso del tiempo adquirió el hábito de sostener sus mejillas con las manos.
Airam era de ese tipo de personas que florece a largo plazo. Tuvo pues, una juventud de retraimiento,. Aunque  ávido por anclar su mirada en puerto seguro, su mente, apenas avistaba una pupila cómplice, ponía rumbo a otros lares.
Airam no practicaba ningún deporte, a pesar de su altura. El caso es que  no era consciente de su altitud y huía de cualquier atisbo de encumbramiento. Para él, su cuerpo era un conjunto de miembros sin orden ni concierto que no parecía casar .
Airam habitó por larga temporada el imperio de la somatización. Primero, cada vez que tenía que exponer un trabajo en el cole; después, en las ocasiones que exigían hablar en público aunque fuera ante una sola persona. Así fue bajando el volumen de su voz hasta llegar a los monosílabos en un tono apenas audible. Recorrió el vasto abanico de los dolores de estómago especializándose en el retortijón que le retorcía las entrañas como si fuera una delicada pieza de ropa mareada en un centrifugado de 14000 revoluciones.
Airam no se entendía y por tanto, no comprendía.
Airam pasó cerca de una década viviendo en la contracción. Escudriñó todos los matices de la abreviatura vital, se reconocía en lo disminuido de tal manera que desarrolló una capacidad excepcional para reconocer a sus iguales; y del conocimiento llegó la aceptación que devino en amor. Así sus ojos identificaban, allí donde miraran, la disminución en todos sus ropajes. Familiarizado con lo menguante hubo de pasar mucho tiempo para que transitara por la fase creciente. 
 Airam, cuando su cuerpo se estiró, las extremidades le obedecieron y sus hombros reflejaban unas escápulas en el término medio entre lo arrogante y lo quasimodo, comprendió que así como su exterior estaba listo para la expansión, su interior había trocado en un pozo sin fondo de consciencia, valor y bondad.
Airam decidió trabajar con jóvenes y con  frecuencia se encontraba ante lo que fue su vivir pretérito. Cierto día, un chico le preguntó qué cómo era posible que le comprendiera tan bien y se sintiera respetado en su palabra y en su silencio. El joven tenía en gran consideración a Airam y con la fructífera miopía propia de la adolescencia idealizaba a aquel hombre exitoso en lo público y   en lo privado.

Airam sonrió. Hacía tiempo que se entendía y por tanto,  comprendía. Dirigió la atención del joven hacia los creativos azulejos del suelo  y se limitó a decir “Traspasa las apariencias. En definitiva, somos  teselas de un mismo mosaico”. Buena semana
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