Airam era alto, un tanto
desgarbado y con una tendencia al aburrimiento que le ocasionó problemas cuando
primero de pequeño, y luego, de adolescente era incapaz de fijar la atención en
las explicaciones de los docentes de
toda condición a quienes debía su formación . A partir de los doce años su cuerpo empezó a crecer en modo desparrame y se salía, literalmente, de las
sillas de diseño obsoleto para su edad. Su familia se quejó pero sin resultado.
Airam se acostumbró a permanecer encorvado durante el horario escolar,
levantando los hombros, en un intento de acomodarse al espacio académico; la
cabeza terminó por estirarse ligeramente hacia delante y con el paso del tiempo
adquirió el hábito de sostener sus mejillas con las manos.
Airam era de ese tipo de
personas que florece a largo plazo. Tuvo pues, una juventud de retraimiento,. Aunque ávido por anclar su mirada en puerto seguro, su mente, apenas avistaba una
pupila cómplice, ponía rumbo a otros lares.
Airam no practicaba ningún
deporte, a pesar de su altura. El caso es que no era consciente de su
altitud y huía de cualquier atisbo de encumbramiento. Para él, su cuerpo
era un conjunto de miembros sin orden ni concierto que no parecía casar .
Airam habitó por larga
temporada el imperio de la somatización. Primero, cada vez que tenía que exponer
un trabajo en el cole; después, en las ocasiones que exigían hablar en público aunque
fuera ante una sola persona. Así fue bajando el volumen de su voz hasta llegar
a los monosílabos en un tono apenas audible. Recorrió el vasto abanico de los
dolores de estómago especializándose en el retortijón que le retorcía las
entrañas como si fuera una delicada pieza de ropa mareada en un centrifugado de 14000
revoluciones.
Airam no se entendía y por
tanto, no comprendía.
Airam pasó cerca de una
década viviendo en la contracción. Escudriñó todos los matices de la
abreviatura vital, se reconocía en lo disminuido de tal manera que desarrolló
una capacidad excepcional para reconocer a sus iguales; y del conocimiento
llegó la aceptación que devino en amor. Así sus ojos identificaban, allí donde
miraran, la disminución en todos sus ropajes. Familiarizado con lo menguante
hubo de pasar mucho tiempo para que transitara por la fase creciente.
Airam, cuando su cuerpo se estiró, las extremidades le obedecieron y sus hombros reflejaban unas escápulas en el término medio entre lo arrogante y lo quasimodo, comprendió que así como su exterior estaba listo para la expansión, su interior había trocado en un pozo sin fondo de consciencia, valor y bondad.
Airam, cuando su cuerpo se estiró, las extremidades le obedecieron y sus hombros reflejaban unas escápulas en el término medio entre lo arrogante y lo quasimodo, comprendió que así como su exterior estaba listo para la expansión, su interior había trocado en un pozo sin fondo de consciencia, valor y bondad.
Airam decidió trabajar con
jóvenes y con frecuencia se encontraba
ante lo que fue su vivir pretérito. Cierto día, un chico le preguntó qué cómo
era posible que le comprendiera tan bien y se sintiera respetado en su palabra
y en su silencio. El joven tenía en gran consideración a Airam y con la fructífera
miopía propia de la adolescencia idealizaba a aquel hombre exitoso en lo
público y en lo privado.
Airam sonrió. Hacía tiempo que
se entendía y por tanto, comprendía. Dirigió
la atención del joven hacia los creativos azulejos del suelo y se limitó a decir “Traspasa las apariencias.
En definitiva, somos teselas de un mismo
mosaico”. Buena semana
.
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