Cathaysa daba vueltas al
tenedor, distraída ante un plato de sabrosos macarrones que eran picoteados una
y otra vez por el cubierto mareado. Se encontraba, desde tiempo atrás, en lo que llamaba modo Vicente, esto es, iba a dónde iba la gente: si los vientos
eran favorables, encaminaba su andar hacia la ilusión y el entusiasmo; en
cambio si rolaban a tormenta, ahí estaba ella, sin paraguas ni chubasquero,
empapándose de dolor y frustración. En cualquier caso, mostraba conformidad con los demás. Sonreía al pensar que
si el resto decidiera tirarse por una ventana, formaría parte, sin dudarlo, del
escuadrón defenestrado.
Cathaysa dejó pasar el
tiempo hasta que la comida se enfrió como sucede con las pasiones que acaban en
el molino de la procrastinación. Decidió que, a pesar del verano con su manto
de calor abrasador, en su interior no había hueco para lo gélido Se levantó y
en su peregrinar hasta el fregadero recorrió el entorno de la cocina con un
detenimiento inusual, modificando mentalmente el color, la textura y la
disposición de los objetos que abarcaba su inusitada creativa mirada.
Cathaysa colocó el plato
sobre su cabeza e inició una danza que tan pronto la llevó al norte como al sur; al este como al oeste. Dejó
que de su boca brotaran sonidos de distinto calibre sin más pretensión que la
de jugar. Posicionó sus manos en gestos deslavazados y dirigió sus pies con
pasos sin orden ni concierto. Con esta original coreografía danzó entre el
mobiliario doméstico que asistió, espectador entregado, a la sonora caída de la
troupe unipersonal, con todo su atrezzo.
Cathaysa comprobó que su estructura
ósea seguía sin fracturas que pasaran facturas y con la inesperada mascarilla
capilar hecha de canelones venidos a menos, nutriendo su melena, se levantó
diciendo que había que dar la bienvenida a otro modo de licuar las horas.
Sorteando los restos de la loza hecha añicos, se encaminó hacia la despensa de la que extrajo una tableta de
turrón que empezó a saborear a pesar de ser agosto, a pesar del calor, a pesar
de que la cotidianidad oficial indicaría diciembre para su degustación. Con el
paladar alquitranado por la masa dulzona de las almendras se dijo “Quiero ser
original ….y una porra”. Buena semana.
¡Fantástico! Tú sí que eres original, Pilar. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias. ¡Ay, viva la inspiración, Inma!. Un abrazote para ti
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