Zebenzui se dispuso a
iniciar los trámites necesarios para solicitar el traslado de su lugar de trabajo.
Cada dos años podía optar a cambiar de
municipio ciudad e incluso, en determinadas situaciones, de país.
Zebenzui, con un cortado
largo, calentando su mano izquierda, inició el ordenador pertrechado de la
documentación y paciencia necesarios para
navegar por las procelosas aguas de la burocracia digital.
Zebenzui fue siguiendo los
pasos requeridos por la sucesión de pantallas que contenían enjambres de celdas
por rellenar con datos personales y laborales. Así concluyó con éxito la
diligencia administrativa en un tiempo record para lo que solía emplear en
semejantes menesteres. Pero antes de clicar en la palabra enviar se detuvo
pensativo.
Zebenzui estaba contento con
su vida. En apariencia no era para tirar cohetes pero contaba con personas
valiosas y cosas que él consideraba también de gran valor. En varias ocasiones
había tenido que tomar decisiones que le habían hecho cambiar de ocupación.
Algunas, voluntarias; otras por necesidad. A veces por amor; otras por los
vaivenes de la economía.
Zebenzui sabía que tras un
tiempo, otro viene. Por eso no era persona especialmente apegada a casas,
montañas, cielos o mares. Otra cosa era la mochila en la que guardaba la
ternura hecha miradas, la complicidad del amor, las manos pequeñas de sus
retoños y un desayuno bien surtido. Entre sus preferencias estaba empezar el
día con mucha fruta y un sabroso aguacate con sal que comía cucharadita a
cucharadita o con dos o tres aceitunas
grandes y ligeramente amargas acompañadas con el pan de leña recién hecho;y por supuesto…un
buen café con leche.
Zebenzui daba vueltas al
ratón informático con el dedo y se dijo que ojalá siempre estuviera a golpe de
un clic crear el propio destino. Aunque bien mirado – se corregía en su
argumentación- había más de creación propia de lo que se imaginaba. En última
instancia se hace lo que se tiene que hacer porque, por paradójico que parezca,
lo que se tiene que hacer, es lo que se
puede, realmente, no de manera virtual.
Esta reflexión le aportaba tranquilidad
aunque no consuelo. Comprendía que todo llega en su momento y se va cuando le
llega la hora. Lo había vivido en carne propia y lo aceptaba .Sabía que era
inútil bucear en las aguas de los “ y si….”.Aún así, a veces, el espejo le
devolvía su rostro convertido en interrogante.
Zebenzui respiró hondo y con
calculada lentitud pulsó el botón, tarjeta de embarque a una nueva vida, a un
nuevo destino. Lo hizo con la convicción de que todo destino se gesta en el
presente. De ahí la importancia de mantener la atención en el aquí y ahora. Buena semana.
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