domingo, 13 de noviembre de 2016

nº 175. EL CHEEK BONE

Andamana vivía al final de una empinada cuesta en un populoso barrio portuario. Tenía una casa terrera que en sus orígenes  fue un solar y con el paso del tiempo devino en una suerte de mini urbanización donde cada descendiente fue levantando las paredes de pequeñas pero acogedoras viviendas.
Andamana era una mujer familiar, una auténtica matriarca. Había tenido nueve hijos, dos hembras y  siete machos, amén de dos abortos que se produjeron en los primeros meses de embarazo cuando ya pasaba los cuarenta.
Andamana era una auténtica madre coraje si bien su valentía y poder se reservaba para el ámbito privado. Era algo así como el pegamento que unía los trozos rotos del vínculo familiar cuando, según ella decía, la pasión venía antes que la razón.
Andamana era muy guapa; tanto que de joven en el barrio decían de ella que mandaba las coles a la plaza. Casó casi adolescente con un marino que le llevaba diez años y creció deprisa. Floreció pronto y fijos los pies en el suelo, la cabeza se dirigía hacia las estrellas que contemplaba primero, sentada en una silla cuando el piso era el polvoriento descampado y después, desde una cómoda terraza, arrullada por el balanceo de la mecedora que sus primeros nietos decidieron regalarle, en una de su numerosas onomásticas celebradas.
Andamana era coqueta pero no gastaba dinero en cosméticos ni pinturas. Tenía la habilidad de atusarse el pelo de tal forma que encuadraba su rostro de forma armoniosa confiriéndole un ligero aire de heroína romántica.
Andamana sentía especial predilección por los descendientes  que tanto hijos como hijas le habían dado a lo largo de varias décadas. Le gustaba especialmente hablar con quien, a su juicio,  tenía la llave del futuro, la juventud. Fue, precisamente,  en una conversación con dos de sus nietas en medio de la cual,  las chicas se empeñaron en maquillar a la anciana, cuya vitalidad desmentía su edad , que al escuchar a una de ellas explicarle con total naturalidad que la clave para realzar la belleza del rostro estaba en marcar bien el cheek bone ( o chicboun como ella escuchó) cuando la venerada dama  soltó una carcajada, dejando en shock a las chicas, al no entender el motivo de esa reacción sospechando que la viejilla empezaba a descontrolarse.
Andamana paró de reír, cuando pudo y tras comprender que los términos anglosajones se referían a lo que se llamaba pómulo, miró a las mujeres en ciernes que aún atónitas tenía delante,y les dijo

-“Ni chicboun ni porra…el mejor realce del rostro es entrenarse en extender los polvos de la felicidad, ser consciente de la sombra que reflejarán tus ojos y optar por el carmín de los que dejan  huellas hermosas en el cuerpo que besan.Da igual chicboun más o menos marcado. La cuestión es siempre contar con una buena mascarilla de alegría, aceptación y delicadeza para acariciar el órgano más extenso que posee el ser humano, la piel, tanto propia como ajena.”-  Buena semana.

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