Luzmila siente que en un
momento indefinido de su vida, las cosas empeoraron. Regresa una y otra vez a
un pasado que, a base de retoques, ha quedado maquillado en la foto fija de la
idealización. A pesar de ser adulta, tiene una colección de muñecas, de cuando
era niña, guardadas en su dormitorio y cuando cierra la puerta
las abraza rememorando sus juegos infantiles donde ella era la madre que
ordenaba y decidía qué hacer.
Luzmila no cultiva la
amistad. Se aburre con sus iguales. Desconfía de ellos. Y de ellas, también.
Prefiere vivir en la burbuja donde el pretérito es perfecto y simple aunque
para ella no se haya acabado.
Luzmila aprendió de su
autoritaria familia que solo existe un modelo de normas y valores válidos. Por
esto no llega a entender que se pueda defender otras formas de estar diferentes
de la suya. Ante el disenso se diluye. Ante la autoridad está dispuesta a
obedecer. Y no solo en el trabajo.
Luzmila trabaja como
auxiliar en una farmacia; desde su puesto en el escalafón laboral acepta sin
rechistar las órdenes de sus superiores por desatinadas que sean.
Luzmila tiene pareja
aunque no sabe muy bien qué es lo que él ha visto en ella. Tampoco tiene claro si
ama a ese hombre. Para ella lo importante es que ha sido elegida y se siente
agraciada, agradecida, afortunada como si hubiera ganado un premio: lo de menos
es que sea el gordo o el reintegro.
Luzmila apenas mantiene
relación con su padre y su madre, más allá del obligatorio almuerzo familiar de
los domingos, del que le cuesta hacer la digestión. Durante esos encuentros
engulle sin compartir su parecer, segura de que no tiene valor .En realidad es
de lo único que tiene certeza: de su inseguridad.
Luzmila nunca se atrevió a
distanciarse de sus progenitores por miedo a que fuera abandonada. En su
adolescencia no se vistió ni desvistió con los ropajes de la rebeldía. Y de
tanto guardarse para sí sus deseos, terminó por disolverlos en la espesa niebla
del olvido.
Luzmila se siente sola y
triste. A veces, sin saber muy bien de dónde, le surge la necesidad de que la abracen pero no se atreve a pedirlo. Le gustaría caminar por la vida como si
llevara los ojos vendados, sintiendo el
apoyo genuino de quien la quiera con aceptación; en cambio, su mirada distorsiona la visión de lo cercano por un galopante astigmatismo . Le
gustaría mirar a su pareja sin hablar; pero esta intimidad silenciosa no tiene voz en la relación que
está en función de los deseos de él y que la distraen de los propios. Le
gustaría poder perder el tiempo , le gustaría, también, soñar lo imposible,
aunque en su devenir diario la creatividad ha sido exiliada.
Luzmila acaba de recibir
la noticia de que ha de realizar un curso de formación para poder mantener su
puesto de trabajo. Considera que es una gran faena puesto que le supone ocupar
parte de su tiempo libre. Obedecerá una vez más. Para ella no queda otra.
Empezará en breve y durará varios meses. Uno de sus módulos lo imparte una
organización que trabaja en un proyecto de prevención del SIDA para la
población en riesgo, allá, en las tierras donde el aire, con frecuencia, es
polvo en suspensión y el sol, con frecuencia, fusiona abrazar con abrasar. Ella
piensa que poco va a aprender, que será un trámite más.
Luzmila ignora que años
más tarde hará suyo un exótico idioma y su descendencia tendrá el dulce color
achocolatado. Ignora que esa era una de sus muchas posibilidades. Aún ignora
sus posibilidades porque se ignora.... hasta que aprenda, hasta que se aprenda. Buena semana.
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