Encarnación entreabrió los ojos, dudando si empezar el día o prolongar,
aunque fuera cinco minutos más, el tiempo del sueño. Sin esforzarse en la
decisión permaneció en un duermevela que para ella duró segundos pero que,
según atestiguó el reloj de la mesilla de noche, se extendió por dos horas.
Encarnación con el cuerpo a su favor y la mente en la barrera se
desperezó deshaciéndose como si de piezas de puzzle en modo diáspora se
tratara. Vuelta a sí misma en el
posterior movimiento de reconstrucción anatómica se sintió, ahora sí, en
condiciones favorables para bajarse al mundo.
Encarnación se encontraría al abrigo del atardecer con Antonio, su amor.
Encarnación tenía un carácter alegre que minimizaba todo lo que podía abocarla al menoscabo y realzaba
aquello que, pese a las apariencias, la reconciliaba con el mundo zanjando
derrotas pretéritas. Como le decía su abuela :“La sal no la dejaste en la pila,
chiquilla”. El recuerdo de la anciana intentando poner límites a alguna
travesura suya con seriedad histriónica que, más temprano que
tarde, terminaba por desembocar en catarata de risa, la envolvía cada día y a su
amparo se sentía un brillante granito de sal.
Encarnación amaba a Antonio. Se había enamorado de él y después aprendió
a amarlo. Hablaban el mismo lenguaje aunque utilizaran lenguas diferentes. Ocurrió
que con el tiempo construyeron una
gramática y una semántica común.
Encarnación agradecía a Antonio que no tuviera la necesidad de hacerse
el gracioso en su presencia, cuando su natural era pavisoso. Ambos habían comprendido
que la gracia o desgracia que aporta cada cual a este mundo no era una cuestión
de objetividad sino que nadaba en la trocantes aguas de la subjetividad más
cristalina.
Encarnación aceptaba que Antonio era patoso. Pero no tenía intención de
instruirle en destreza alguna. Se
limitaba a no dejar a su alcance un objeto de valor cuya manipulación supusiera peligro .Y
cuando no había tenido en cuenta esta precaución y el resultado final había sido un
conglomerado de cristales, pedacitos, otrora figura con identidad, se decía que tal vez era el momento de aceptar que todo
tiene un fin. Porque Antonio no era descuidado; era patoso. Como cadena de una
condena arrastró los sambenitos de bobo, tonto, ñoño, desangelado en su
infancia y a base de escucharlo de forma tan insistente, las palabras le
golpearon en el cerebro y en el corazón y de ser solo
vocablos, para él,pasaron a ser él.
Encarnación recuerda que Antonio le contó el calvario padecido en su
juventud; el fracaso había sido su segunda piel .Adherido a esta epidermis
necesitó años de desuelle consciente que empezaron por desoír los mensajes que enjuiciaban su
ubicación creativa en el mundo. Y así, soltando, soltando, mudó de piel.
Encarnación y Antonio se conocieron un día de primavera con el cielo
pintado de celeste. Y como era de esperar, el encuentro fue un tropiezo;
Antonio andaba mientras tarareaba la
letra de una canción que tenía algo de pegajoso pues volvía una y otra vez a su
mente .Encarnación andaba en dirección contraria tomando un café capuchino en
un envase de plástico. Tres calles después se produjo el choque resultado del
cuál su camisa blanca quedó decorada con
vetas marrón y beige así como el impacto sobre su pecho de un libro , hermoso y
contundente ,Las mujeres que leen son peligrosas que Antonio había
adquirido minutos antes en una librería cercana.
Encarnación aún disfrutaba de los efectos colaterales de aquella
colisión : no solo la camisa blanca había abandonado su armario sino que había
accedido a un tesoro del que no sabía, siquiera que existiera. La presencia de
Antonio en su vida fue una de sus mejores coartadas vitales.
Encarnación y Antonio, a su
juicio, desde el comienzo de los tiempos, se buscan
para perderse por las sendas del placer en su más variado espectro Y
cuando no logran hallar el sendero, tranquilos, esperan con deleite el momento en el que tanto una pero sobre todo otro, escenificarán,
una vez más, que en el dar y recibir
placer nunca meten……la pata. Buena semana.
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