domingo, 16 de abril de 2017

nº 196 BUEN OLFATO


Pablo sale a la calle una mañana de abril. Hace bueno. El sol tibio besa su rostro con dulzura. La plaza por la que pasea está recién limpia. En el aire trota y después cabalga un penetrante y sabroso  olor a café.
Pablo persigue el aroma que le hace salivar como si de un perro de laboratorio se tratara, anticipando el alimento placentero.
Pablo pide un café expreso  y continúa la lectura que le acompaña desde ayer. Lee sobre la imposibilidad  de ocultar por mucho tiempo lo que te roza el alma. Saborea las palabras con la boca húmeda  y fiel al metodismo caótico, como llamaría en cierta ocasión su mujer a esa manera suya  tan peculiar de coser palabra a recuerdo, inicia el recuento de las muescas que le legaron los últimos roces de su alma.
Pablo no necesita batiscafo para ser consciente de la profundidad de sus abismos. Se percibe trajinado por la vida; por momentos, enroscado en alguna caricia prudente o temeraria; por momentos, margullando en el mar del sinsentido que le ha llevado a descubrir la belleza oculta en tantas grutas profundas; por momentos, rebozado en la eficacia, el éxito, el reconocimiento, que en más de una ocasión le han dejado crudo por dentro.
Pablo  recuerda la mirada agonizante del moribundo al que asistió en la última noche de guardia. Sintió, una vez más,  en la pupila que se despedía ,el proyectil que se clavaría en un hueco de su ser donde hallaría asilo temporal o eterno, a saber.
Pablo recibe con deleite el café humeante que tomará como si participara del más sagrado de los rituales. Y lo hará solo, que no en soledad. Es la ocasión para la  que  reserva  su silencio, la sabiduría ajena en forma de escritura y la mirada clarificadora de la introspección más intuitiva. En estos momentos es todo nariz. El mundo, externo e interno, troca en fragancias que, pasado el instante, encajarán en palabras de manera más o menos ajustada. Pero ahora, al rozar su lengua ese amargo y oscuro deleite, la vida es efluvio intenso.
Pablo  avanza por  ”El cáliz de Corinto” de  Domingo Fernández Agis y el vaho se va vistiendo con vocablos que serán los cimientos de recuerdos  futuros. El café deja paso al agua fresca con una rodaja de limón en la que lo agrio mengua. Hace rato que la vista ha recuperado su pedestal y desde la atalaya observa en la lejanía cómo el olfato  principia la hibernación.

Pablo en apariencia, claudica, pero solo es una rendición temporal. Reproduce en voz alta las líneas que en el libro que le acompaña concluyen un diálogo de lúcidos  amantes y donde se otorga  categoría de identidad a la palabra. No puede evitar cerrar los ojos, y mudo,  inspirar profundamente. Buena semana.



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