Angustias tomó un trozo de tarta de queso con arándanos pero
la cucharilla quedó flotando en un mar de aire perplejo, clepsidra gaseosa
detenida en su tic tic gelatinoso, ante la voz infantil que jubilosa
gritaba “CASI”, en una zona de juegos anexa a la terraza.
Angustias observó a la pequeña y conocida propietaria del
alegre chillido que recogía del suelo un aro después de lanzarlo, fallidamente,
a un palo ancho, dispuesto en vertical. La satisfacción que se mostraba en la
“carita de azucena y ojitos de Lulú”, respondía a que el intento había tenido
éxito pues el reto consistía en CASI lograr meter la argolla. Así lo escuchaba una
sorprendida Angustias de boca de Julio y Elena que contaban cómo su impaciente
hija se desesperaba por acertar a la primera en la puntería y como
consecuencia, el divertimento dejaba de tener sentido al no cumplir con su
función: producir un sano bienestar en la acción.
Entonces se les ocurrió cambiar las normas del
entretenimiento incluyendo en la variación de los requisitos para el triunfo,
las habilidades de su retoño. Así nació CASI, el juego en el que se gana cuando
CASI se acierta.
Angustias tomó un sorbo de té color burdeos y pensó en las
palabras de una anciana, madre del hombre del sillón, en el libro “El despertar
de la señorita Prim” que señalaba que “en
la vida hay dilemas que no nos gustaría
tener que resolver… cuya esencia es siempre la misma. Hay un sacrificio y hay
que escoger una víctima: uno mismo o los demás….. Pero lo cierto es que se
escoge y lo cierto es que esa elección siempre tiene un precio”.
Contemplando el rostro de la dicha infantil, Angustias se
preguntaba si estas disyuntivas admitirían una revisión (digamos al estilo
CASI) desde el amor responsable que relativice el egocéntrico triunfo personal a
favor de lo que es más que un efímero
trofeo; la salida de todo laberinto habría de incluir el yo, los demás pero sobre todo ...... sin víctimas. Opinaba Angustias que no solo
es deseable sino que es posible pero que para lograrlo hay que querer o……CASI.
Buena semana.
No solemos conocer el rostro del verdugo que ejecuta a sus víctimas. Ni su vida ni su identidad. Ni sus sufrimientos, si es que es capaz de sentir.
ResponderEliminarA lo mejor nos llevaríamos una sorpresa si consiguiéramos quitarle el capirote.
A lo mejor la paz se la ha llevado la víctima a su reposo eterno,y él se ha quedado con el sufrimiento de los mortales.
El sufrimiento muestra en su rostro el enigma de su razón de ser, sea a cara descubierta o atrincherado bajo un capirote.
ResponderEliminarAunque sufrir es consustancial a la mortalidad, la otra cara de la moneda, del vivir es la de ausentar el dolor.
Víctimas y verdugos deberían estar en el catálogo de especies en vía de extinción o mejor como seres ya extintos.