Angustias entró en la coqueta tienda de decoración que
hacía esquina. El escaparate principal, elegante y primorosamente refinado
capturaba las miradas de los viandantes, que se dejaban instalar, gratamente
seducidos, en un paraje bello poblado por objetos delicados, originales y sobre
todo … hermosos.
Angustias saludó a la dueña de
tan encantadora empresa, Luisa, con
quien había compartido gimnasia de mantenimiento (partidos de hockey incluidos)
años atrás. Mientras curioseaba le preguntó por unas pequeñas mariposas, hechas
a ganchillo depositadas en los diversos estantes.
Luisa le contó que cierto día,
una señora elegante, entre los cincuenta y sesenta años, se había presentado
ante su mostrador y le había hecho una extraña oferta que ella terminó aceptando
persuadida por el limpio mirar que la miraba, por la inusual distinción de unas manos, algo
regordetas barnizadas por un brillo
amarillento pero sobre todo por la historia de un sueño que le contó con su voz
serena, sabia y en paz.
Dos meses atrás la dama que tenía
delante había soñado que al fin encontraba el antídoto que le ayudara desde
dentro a vencer su mal. Debía tejer mariposas
de colores y solo cobrar el hilo con el que les daba vida. Así se extenderían por todo el planeta calmando
el pesar allá donde llegaran. Tras
despertar, la mujer se dispuso a recibir su sesión pautada de quimioterapia
pero esta vez con una luminosidad especial en las pupilas y con una
tranquilidad interna que, desde entonces le acompañaban. La dama, valiente y
generosa era madre y abuela y en desigual combate había ganado tres batallas al
ejército del cangrejo siniestro, que, aunque derrotado, al huir se llevó una
parte de su intestino grueso, hígado y pulmón izquierdo .Pero del resto del
cuerpo seguía siendo ella la orgullosa
propietaria.
Luisa se quedó fascinada ante la
entereza de aquella jabata que apoyada en un bastón se aferraba al presente
montando una empresa de costura sin ánimo de lucro. Aceptó la propuesta y en poco
tiempo se vio acompañada en su trabajo
por ´múltiples candelillas.
Angustias tomó una mariposa naranja en sus manos, la
prendió en la solapa de su chaqueta y pensó en los héroes y heroínas anónimos
que, a pesar de pugnar diariamente contra el dolor tienen la nobleza de
reservar fuerzas para la fabricación de una dosis del bálsamo que ponga
palabras dulces en el dolor ajeno.
Admiró y agradeció a esa gente,
artesana de la bondad, que al atisbar el sufrimiento en el otro, tricotara luz multicolor. Buena semana.
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