domingo, 10 de agosto de 2014

LA VENGANZA, A PRIORI, BALSÁMICA PERO EN REALIDAD ALGO TAN ESPURIO COMO LA ALUCINACIÓN DE UN OASIS EN EL DESIERTO.

Angustias paseaba contemplando los escaparates de la zona comercial de la ciudad; en los últimos meses, impulsados por el ayuntamiento  que gestionaba  con acierto los intereses del lugar, había proliferado un abanico de pequeños establecimientos que con una apariencia cuidadosamente presentada, seducía a los viandantes, cual cantos de sirenas, augurando felicidad y parabienes a quienes traspasaran el umbral de las puertas que daban la bienvenida al paraíso del consumismo.
Angustias reparó en una tienda, coquetamente decorada en lo alto de la cual se reproducía un encaje en el que encajaba el nombre del local: “Doña Maravillas”.
Angustias, a leerlo, recordó a  Carmen Julia, una compañera de la infancia, y en seguida se trasladó a una tarde abrileña en la que ambas se perseguían, jugando en el piso donde su compañera de diversión convivía con sus padres, seis hermanos y la abuela. El hogar era una vivienda social de 60 metros cuadrados. Entregadas con pasión a los juegos infantiles,  no se percataron del timbre que sonaba insistentemente y de la aparición del rostro avinagrado de Doña Maravillas, la vecina del piso de abajo que, gritando exigía el fin de tanta carrera que perturbaba su descanso.
Angustias no llegó a entender nunca por qué en aquel edificio de ocho viviendas, cuatro a la derecha y cuatro a la izquierda, todos su habitantes eran conocidos por diminutivos que, por largo que fuera el nombre, acortaban la distancia en el trato. Así estaban, entre otras,  Luisita, Angelita, Petrita y sus vertientes masculinas; en casa de repetición, se le añadía la ubicación en el bloque a la micromención y asunto zanjado; de esta guisa se podía distinguir a Anita la del segundo derecha de Anita la del cuarto izquierda..En este país de onomásticas liliputienses, Doña Maravillas era la versión femenina del gigante gramatical  Gulliver.De familia acomodada, venida a menos, dejaba tras de sí una estela de ínfulas aristocráticas que le impedía la horizontalidad en el trato; asumía su superioridad en aquel entorno plebeyo al que consideraba solo un lugar de tránsito.
Angustias y Carmen Julia, cuando se encontraron frente a aquel personaje atronador, embutido en una bata chinesca corrieron escaleras abajo hacia el reino de la libertad, quedando la resignada madre de su amiga como la diana perfecta en la que Doña Maravillas clavaba sus dardos dialécticos. Diez minutos mas tarde, la demandante de tranquilidad acababa su perorata quejumbrosa despidiéndose con la temida amenaza final: la llamada a la policía. La madre de Carmen Julia escuchaba la sarta de maldiciones como quien oye llover y con la paciencia adquirida a lo largo de una vida de calamidades, guerra civil incluida, asentía sin convicción. Doña Maravillas retornaba a su casa con paso regio, amplificado por el pisar de unos arrebatados tacones .Los zapatos sonoros horadaban cada uno de los escalones  en el descenso a su infierno particular. Pero su propio estruendo no le molestaba a Doña Maravillas.
Angustias, vuelta al presente, a la zona comercial, curioseó en lo que resultó ser una tienda de antigüedades sui generis pues en la presentación de su oferta  acompañaba el objeto vetusto  un libro en consonancia.. Le pareció original este maridaje  y se detuvo ante unos utensilios de cocina entre los que sobresalía “La cocinera de Himmler”, obra de Franz Olivier Giesbert que contaba las peripecias de Rose, centenaria, de profesión cocinera, superviviente de la maldad humana en el siglo XX contra la que se había vacunado a base de humor, sexo y venganza.
Angustias se extrañó del planteamiento terapéutico de esta forma denostada de hacer justicia y sin saber bien por qué recordó nuevamente a Doña Maravillas, esta vez en sus años postreros, rostro ajado por la intolerancia y ojos ciegos a causa de un glaucoma desbocado.
Angustias pensó que la vida tiene sus leyes, sus premisas, sus razonamientos, sus conclusiones y sobre todo, sus incógnitas a despejar; y que practicar “el ojo por ojo, diente por diente “ aunque resulte , a priori, balsámico, es tan espurio como la alucinación de un  oasis en el desierto. Porque en la vida hay muchas idas y venidas y al final todo sale y si no sale ….es que no es el final (como se decía en cierta película).Buena semana.



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