Angustias paseaba contemplando los escaparates de la zona
comercial de la ciudad; en los últimos meses, impulsados por el ayuntamiento que gestionaba con acierto los intereses del lugar, había proliferado un abanico
de pequeños establecimientos que con una apariencia cuidadosamente presentada,
seducía a los viandantes, cual cantos de sirenas, augurando felicidad y
parabienes a quienes traspasaran el umbral de las puertas que daban la
bienvenida al paraíso del consumismo.
Angustias reparó en una tienda, coquetamente decorada en lo
alto de la cual se reproducía un encaje en el que encajaba el nombre del local:
“Doña Maravillas”.
Angustias, a leerlo, recordó a Carmen Julia, una compañera de la infancia, y
en seguida se trasladó a una tarde abrileña en la que ambas se perseguían,
jugando en el piso donde su compañera de diversión convivía con sus padres,
seis hermanos y la abuela. El hogar era una vivienda social de 60 metros
cuadrados. Entregadas con pasión a los juegos infantiles, no se percataron del timbre que sonaba
insistentemente y de la aparición del rostro avinagrado de Doña Maravillas, la
vecina del piso de abajo que, gritando exigía el fin de tanta carrera que
perturbaba su descanso.
Angustias no llegó a entender nunca por qué en aquel edificio
de ocho viviendas, cuatro a la derecha y cuatro a la izquierda, todos su
habitantes eran conocidos por diminutivos que, por largo que fuera el nombre,
acortaban la distancia en el trato. Así estaban, entre otras, Luisita, Angelita, Petrita y
sus vertientes masculinas; en casa de repetición, se le añadía la ubicación en
el bloque a la micromención y asunto zanjado; de esta guisa se podía distinguir
a Anita la del segundo derecha de Anita la del cuarto izquierda..En este país
de onomásticas liliputienses, Doña Maravillas era la versión femenina del
gigante gramatical Gulliver.De familia
acomodada, venida a menos, dejaba tras de sí una estela de ínfulas
aristocráticas que le impedía la horizontalidad en el trato; asumía su
superioridad en aquel entorno plebeyo al que consideraba solo un lugar de
tránsito.
Angustias y Carmen Julia, cuando se encontraron frente a
aquel personaje atronador, embutido en una bata chinesca corrieron escaleras
abajo hacia el reino de la libertad, quedando la resignada madre de su amiga
como la diana perfecta en la que Doña Maravillas clavaba sus dardos dialécticos.
Diez minutos mas tarde, la demandante de tranquilidad acababa su perorata
quejumbrosa despidiéndose con la temida amenaza final: la llamada a la policía.
La madre de Carmen Julia escuchaba la sarta de maldiciones como quien oye
llover y con la paciencia adquirida a lo largo de una vida de calamidades,
guerra civil incluida, asentía sin convicción. Doña Maravillas retornaba a su
casa con paso regio, amplificado por el pisar de unos arrebatados tacones .Los
zapatos sonoros horadaban cada uno de los escalones en el descenso a su infierno particular. Pero su propio estruendo no le molestaba a Doña Maravillas.
Angustias, vuelta al presente, a la zona comercial, curioseó en lo que
resultó ser una tienda de antigüedades sui generis pues en la presentación de su oferta acompañaba el objeto
vetusto un libro en consonancia.. Le pareció original este maridaje y se detuvo ante unos utensilios de cocina
entre los que sobresalía “La cocinera de Himmler”, obra de Franz Olivier
Giesbert que contaba las peripecias de Rose, centenaria, de profesión cocinera,
superviviente de la maldad humana en el siglo XX contra la que se había
vacunado a base de humor, sexo y venganza.
Angustias se extrañó del planteamiento terapéutico de esta
forma denostada de hacer justicia y sin saber bien por qué recordó nuevamente a
Doña Maravillas, esta vez en sus años postreros, rostro ajado por la
intolerancia y ojos ciegos a causa de un glaucoma desbocado.
Angustias pensó que la vida tiene sus leyes, sus premisas,
sus razonamientos, sus conclusiones y sobre todo, sus incógnitas a despejar; y
que practicar “el ojo por ojo, diente por diente “ aunque resulte , a priori, balsámico,
es tan espurio como la alucinación de un oasis en el desierto. Porque en la vida hay
muchas idas y venidas y al final todo sale y si no sale ….es que no es el final
(como se decía en cierta película).Buena semana.
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