Angustias agradecía que la
temperatura fuera agradable en ese estío que, desmarcándose de la tendencia de
años anteriores, había desterrado las olas de calor como parte de su programa .El
cielo estaba azul, el mar guardaba simetría cromática con él, solo interrumpida
por un encaje espumoso, regocijo de quienes habían optado por pasar el día a
lomos del olor a sal.
Angustias amaba el entorno
playero y mientras saboreaba un atún fresco a la plancha, papas arrugadas con
mojo rojo y ensalada, mantenía una entrañable conversación con un amigo que le
nutría tanto como el plato que degustaba.
Angustias observó un puesto
ambulante de figuras talladas en madera que se acomodaban en una tela oscura
junto a diversas piezas de bisutería de procedencia africana. El gestor del
puesto sonreía ante una turista nórdica que se interesaba por unas esculturas
femeninas alargadas. Aunque en la transacción predominaba la comunicación
gestual dado que ambos hablaban lenguas diferentes, tras unos breves instantes,
quedó cerrada la operación comercial y empresario nómada y clienta viajera se
despidieron, satisfechos, esta vez con una mirada cómplice.
Angustias trabajaba por aquella
época en el área de Recursos Humanos y admiraba la disposición, que parecía
innata, de algunas personas, a la hora de especular o negociar. En cierta
ocasión coincidió con Cayetana que era conocida entre sus iguales como la fenicia y que desde pequeña,
según ella misma contaba, apuntaba
maneras en el sutil arte del comercio. No llegaba a los doce años cuando en el
portal de su casa, colocados en un orden impecable se alineaban dos tongas de cuentos y tebeos. Los que se amontonaban en el margen superior de la manta, suelo del escaparate horizontal, estaban destinados a la venta. En cambio, los
que se encontraban en el margen inferior y que gozaban de su predilección, se ofertaban para un alquiler por el cual
se podían leer durante el tiempo y en el lugar que Cayetana habilitaba en su
particular abacería de las letras. Con
el tiempo, Cayetana cosechó éxitos profesionales y se trasladó de la ciudad de
Angustias con vistas a promocionarse laboralmente.
Angustias no tenía una vocación
desde su infancia y sospechaba que la vida le ofrecía posibilidades tan
dispares que a veces se enrabietaba por no poder abarcarlas todas. Sabía que
si optaba por una, habría de renunciar a
las demás y que con cada decisión dejaba una estela de posibilidades en el
limbo de lo latente. Sin embargo, con el tiempo se había reconciliado con el
dilema de la decisión y se entregaba con pasión a su apuesta obviando lo que
podría haber sido y no fue. A fin de cuentas, en cierta medida, ella siempre elegía.
Para llegar a ese punto de aceptación en el que la persona se reconoce como
valiosa, independiente de los consensos o disensos con el resto de la humanidad,
hubo de dar Angustias muchas vueltas a su cabeza y corazón, (emparejados de por
vida) ; como siempre se tiene que contar con ayuda, que a veces llega por los caminos mas
insospechados, ella se tropezó con unas frases de Nelson Mandela que además de
reconfortarla momentáneamente, se convirtieron en referentes de su vida; el
líder libertario afirmaba que no es mas valiente el que no tiene miedo sino el
que sabe conquistarlo. Y a partir de ahí, Angustias pudo disfrutar de las ventajas presentes a
cada paso que daba, fuera en tierra firme o pantanosa. En la vida de Angustias moraban muchas conquistas logradas, que es lo mismo que decir muchos miedos
vencidos pero sobre todo, experimentados. La dificultad como aprendizaje, era
la interpretación que hacía Angustias de las palabras de aquel hombre de piel
oscura y corazón de arco iris. Buena semana.
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