Angustias se miró en el espejo mientras retiraba los restos
de una crema que prometía arrastrar las células muertas de su piel. Imaginaba a esas microscópicas partículas venidas a cadáveres deslizándose por
un río gelatinoso blanquecino en sudarios algodonosos. Con la epidermis libre de
inútiles difuntos, se detuvo en la exploración de hoyuelos, pecas y otros
accidentes de la orografía emergente de su piel. En esos momentos era consciente
de la erosión del tiempo, de cómo formaba dunas en lo alto de los mofletes, o abría
surcos a lo largo de su frente, en la comisura de los labios y en los ángulos
de sus ojos.
Angustias evocó su cutis,
otrora terso, e intentó explicarse por qué parecía que hubiera establecido un
férreo pacto de fidelidad con la gravitación, y tendiera hacia abajo; la
experiencia le había enseñado lo efímero del instante, aquello de que todo lo que sube,
baja, pero que en sus pupilas se instalara un rostro poblado de pequeños
capilares transformados en riachuelos rojizos, pellejos adosados a párpados
gelatinosos, barbilla con zonas áridas y pantanosas en irregular distribución, en definitiva, la falta de lozanía, le producía tal exasperación, que cerraba los dientes al estilo guillotina
intentando descabezar el fluir del tiempo.Sentía rabia
Angustias empezaba a hacer muecas en esos momentos en que el cristal le actualizaba
su expresión facial y, terminaba a carcajada limpia, deteniéndose en el
amplio registro que emparejaba gesto y emoción; y también entonces, entendía
desde el corazón y sentía desde la mente que cada aparente deterioro de su
cutis, era la huella real de lo pensado y sentido y también entonces se metía a
hábil cartógrafa y trazaba un mapa de su semblante donde cada desperfecto
mutaba en la crónica de un suceso único, personal e intransferible; incluso la
pequeña cicatriz, recuerdo de una lejana operación testimoniaba que todo
cambia, aunque nos empeñemos en fantasear con que el presente continuo además de continuo es estático. Y también entonces,
le daba rabia que le hubiera dado rabia no entender el desgaste como cincel de
la naturaleza humana, ni asumir que la arruga es bella (no como reclamo
publicitario sino como una llamada a la reconciliación con la vida) ; pero
sobre todo también entonces le daba rabia olvidar la felicidad que le producía
cuando, principalmente y durante mucho tiempo, Luis, con la misma intensidad, pero en un período
menor, Marcelo y bocas anónimas en situaciones cotidianas,
emitían un ¡Qué guapa estás! sin que la tersura, el maquillaje o la policromía artificial,
hicieran acto de presencia; sino que la belleza estaba en la alegría de su
risa, el placer en la caída de párpados, la pasión por la vida destilada por cada uno
de sus poros; y también entonces, la belleza estaba y está, en la mirada que mira con
amor. Buena semana.
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