Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano y
escribió:
Telmo se acercó solícito a la mesa número cuatro donde un hombre y
una mujer que rebasaban la treintena, estaban leyendo la carta que ofertaba el
local al tiempo que intercalaban algún breve comentario en el mas sereno de
los silencios.
Telmo en avanzadilla se persignó, como hacía cada vez que había de
enfrentarse a una situación complicada y, mostrando una generosa sonrisa, se
dispuso a tomar nota del pedido. Saludó y tras el genérico “¿Ya saben lo que
van a tomar los señores?”, rezó para que la mujer contestara; en caso contrario
era probable que él debiera dirigirse a ella y ahí empezaba su problema.
Telmo se preguntaba cuál sería el tratamiento adecuado; pues si
utilizaba el, otrora común, señora, se
arriesgaba a una corrección desde el desprecio; si, por el contrario, optaba
por el diminutivo, la réplica podría ser igualmente reprobatoria. El caso es
que Telmo no sabía cómo acertar en el trato sin que este fuera considerado
maltrato dialéctico. Por esto buscaba las alternativas mas creativas en su
decir lo femenino. En resumen desconocía cómo resolver su torpe confusión.
Llevaba muchos años desempeñando el puesto de camarero y había
sido mudo testigo de los cambios habidos en la mentalidad de la población a
través del observatorio que era su puesto de trabajo. Aun así se sentía mas
perdido que Mauro Larrea a su llegada a Jerez, tal como describe María Dueñas
en La Templanza.
Pasando el rodillo de la idealización del pasado convertido en un
mundo de orden y seguridad, Telmo amasaba
recuerdos casi reales donde el ingrediente estrella era la simplicidad: “en mi
época llamábamos al pan, pan y al vino, vino” – se decía.
Claro que Telmo no se planteaba por qué la identidad del comensal
masculino estaba tan clara que no suscitaba duda alguna. Y menos entendía que
los cambios de mentalidad son difíciles
de aceptar, presentan contradicciones, tardan en enraizar y sobre todo, que
son inevitables. Todavía se sentía perplejo al recordar cuando meses atrás, una
joven que celebraba su decimoctavo cumpleaños en ese mismo restaurante, ante su
mas sincera felicitación acompañada de la coletilla “señorita”, respondió con
un contundente “SEÑORA, por favor. Eso es lo que significa ser mayor de edad
¿Verdad?”.
Desde entonces, el bueno de Telmo tanteaba con suerte desigual y
un sudor frío por la espalda, a la hora de nombrar lo que hasta ahora había
sido innombrable. ¡Cómo cambian los tiempos!. Buena semana.
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