domingo, 31 de mayo de 2015

SANGRE NO LAVA SANGRE

Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y escribió:
Mario, sentado en el cómodo sofá de tres plazas, movía indolente la copa de cristal en la que se balanceaba un mar de licor ligeramente afrutado.
Descansaba.
Había sido un  día agotador: el atasco matutino, muchos clientes y el brusco descenso de la temperatura que posó un velo de bruma sobre el paisaje y tomó como rehén a Mario haciéndole repostar en las estaciones de la melancolía y el desasosiego.
El segundo café que llegó a las diez de la mañana enmascaró la desazón de la añoranza bajo el manto de la efímera urgencia que tenía visos de convertirse en perenne.
Ahora, en casa, era el momento de recrear, a toro pasado,  los instantes transitados durante la jornada.
Su mano derecha reflejaba el movimiento de su marejadilla mental que rolaba a marejada cuando evocó la discusión con Humberto, compañero de trabajo y piedra en el zapato de Mario, desde que llegara hacía dos años. No soportaba su prepotencia ni ese afán por decir la última palabra. Casi tres cuartos de hora estuvo el susodicho dale que te pego porfiando a la hora de responsabilizarse de la devolución de un pedido defectuoso. Su mirada desorbitada, ojos almendrados que trocaban en globos verdes, saltones, a punto de volverse del revés, terminaba por sacarle de quicio, quedando el cuerpo en contracción.
Y así fue que el cristal estilizado que otrora acariciaran sus dedos  desapareció en una lluvia de esquirlas cortantes y transparentes. Sintió un leve pinchazo en la palma de su mano que le produjo un amago de espasmo en el que se incrustó la arista enrojecida; el goteo sanguíneo no se hizo esperar punteando el blanco sillón con un extraño sendero de color atardecer. La gata que hasta ese momento estaba acurrucada junto a un cojín se vio pintada por unos desiguales lunares rojos.
Mario se dijo que la herida no sería para tanto y sin mirar la zona dañada se sacó el resto afilado de lo que fuera el vidrio encopado.
El vino salpicó el pantalón de Mario y pronto se confundió con  la oscuridad de la prenda; un cerco irregular apenas marcaba las lindes de la tela colonizada por la bebida.
Al percatarse del estropicio que en breves segundos redecoró parte del salón, pasó la mano por el lugar manchado sin darse cuenta de que no la había limpiado; su intento reparador de lavar sangre con sangre devino en sangría extendiéndose  de forma asimétrica. Ante la evidencia fue consciente de su acción y tras una respiración profunda observó el dolor que emanaba de la extremidad.
Junto al ordenador la gata que se había distanciado del accidental  caos  lengüeteaba trozo a trozo el tapiz de su pelaje usando la saliva como detergente.

Mario miró al  animal, concentrado en su quehacer con la pericia de un orfebre; se dirigió al baño y mientras el agua fría del grifo hacía emerger la orografía de su mano, brecha incluida, comprendió desde el sentir que la sangre no se lava con sangre. Buena semana.


No hay comentarios:

Publicar un comentario