Angustias tomó su cuaderno, regalo entrañable y artesano, y
escribió:
Julián apareció por el bar en el momento que se iniciaba la
primera partida de dominó. Cada jueves acudía a la cita con una constancia digna de Sísifo. Se repetía el ritual que
contribuía a consolidar el vínculo que
semana a semana hermanaba a aquellos hombres de diversa condición.
Era llegar Julián y un contagioso movimiento abría bolsillos y
carteras del que se extraían el dinero de la esperanza común, de la ilusión
compartida. Alguna vez habían ganado algún pellizco pero en general su apuesta
servía para enriquecer a desconocidos. De cualquier forma, esa meta sin
alcanzar formaba parte del tinglado que abonaba el deseo de prosperidad.
Empezaba la primavera, la tarde se estiraba como gelatina rosácea y Julián depositó los boletos en el mostrador
a la espera de recaudar su equivalente monetario. Fue Anselmo quien de
casualidad se fijó en la fecha de la apuesta que se correspondía a un sorteo ya
jugado. Pensando que había sido una confusión se lo comentó a Julián haciendo
chiste de la equivocación a lo que este respondió con sapos y culebras. Se
elevó el tono de lo que se convirtió en discusión llegando a su punto álgido
cuando los jugadores rebuscando en pantalones y chaquetas encontraron restos de
loterías pasadas que en realidad nunca fueron presente para los que no salían
de su asombro. Los insultos fueron la banda sonora que acompañó al pícaro del
segundo milenio y la tristeza bailó con la rabia una coreografía de la
decepción. Hasta ese momento Julián había sido uno mas pero estaba claro que en
realidad nunca jugó en el mismo equipo de aquellos rostros maquillados con la
mueca de la perplejidad. Calculaban los timados que la treta se venía perpetrando
desde casi dos años con una sangre fría que hervía la sangre de los
damnificados.
Julián salió haciendo aspavientos que basculaban entre el arrepentimiento y las surrealistas excusas y que no cuadraban con la
realidad; en el local el aire quiso volverse tiniebla envolvente, el suelo se
hizo tierra movediza , los cristales de las ventanas se vieron golpeados por
una extraña lluvia de tierra y la luz del atardecer alumbró sombras en busca de
cuerpos y objetos.
¡Será machango! – dijo Anselmo mientras destrozaba los papeles,
testigos de la felonía. A lo que contestó Heriberto ¡Guárdame una cría!, para
añadir con voz contundente que no dejaba lugar a réplica ¿A quién le toca
tirar?. Buena semana.
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