Mariquilla, con el pelo sujeto
con un coletero, tenía los ojos bañados por la rabia apunto de rebosar. Sabía
que era cuestión de minutos que empezara a moquear; y, aunque se resistía no
conocía otra forma de dar rienda suelta al enfado que día sí y noche también,
había sembrado pequeños surcos en su frente. Pronto cumpliría los veinte pero
lejos de celebrar la juventud se sentía una anciana.
Mariquilla durante años dejó de
soñar con ser popular o destacar por
encima de las demás chicas. Se limitaba a cultivar la semilla del árbol de la
amargura plantada tiempo ha cuyas desabridas flores daban paso a los frutos
agrios, único plato de su triste dieta emocional.
Mariquilla no tenía el dedo anular
de la mano derecha. Un desgraciado accidente hizo que se lo amputaran cuando
estaba a punto de cumplir doce años. Tras el impacto inicial, familiares y
amistades se volcaron en agasajar a la pobre niña que, abrumada por tantas
atenciones, tardó en tomar consciencia de las consecuencias de la pérdida. Al
ser diestra hubo de entrenarse en el nuevo manejo de su mano para escribir. A
veces se le cae algún objeto pues no calculaba su capacidad de sujeción porque
no estaba familiarizada con la vacuidad. Aun así Mariquilla había ido llenando
los distintos huecos físicos y emocionales que la ausencia del miembro le
suponía con mas o menos fortuna. Hasta ayer.
Mariquilla palideció cuando su mejor amiga le enseñó su anillo de
compromiso. Entonces surgió en su corazón un agujero negro que se tragó su
esperanza. Ella nunca podría lucir un anillo en ese dedo. Otra cosa es que
quisiese o no. Porque lo que a ella le importaba era que poder, no podía.
Mariquilla margulló durante
varias estaciones por los profundos parajes del dolor: a veces se hacía la
triste, a veces se hacía la loba. Y tras su paso quedaba flotando el aroma de
la asfixiante desazón.
Mariquilla contaba entre sus
aficiones con el seguimiento televisivo de cualquier competición ciclista de
renombre : la Vuelta, el Tour o el Giro quedaban registrados en el calendario
como fechas en rojo en las que en la franja horaria del mediodía no estaba
disponible. Y fue precisamente en la competición cuyo recorrido incluía la
subida a los lagos de Covadonga, cuando un primer plano, en apariencia
insustancial, se le quedó grabado en la retina: un corredor asía el manillar de
la bicicleta con unas manos protegidas por unos extraños guantes con tachuelas.
Mariquilla no supo qué pasó por
su cabeza pero lo cierto es que dos meses mas tarde lucía en su mano derecha
una suerte capucha sólida en el lugar en el que debía morar el dedo segado,
graciosamente ajustada a la muñeca con pequeñas cadenitas que formaban la labra
Marilyn. Anillos, alguno que otro de compromiso, se ajustaron, de forma
temporal a lo largo de los tiempos
venideros, en torno a aquel dedo
reconstruido.
Mariquilla, ahora en su taller de
joyas, recuerda la primera vez que le preguntaron por el significado de su
diseño con tan cinematográfico nombre. Ante la expectante mirada del periodista
se limitó a explicar desde la mas absoluta neutralidad:
"Pensé que si Mary se podría
traducir en español por María, Marilyn podría significar Mariquilla."
Y así era cómo se sentía cada vez que contemplaba su creación, como Mariquilla Marilyn. Buena semana.
Y así era cómo se sentía cada vez que contemplaba su creación, como Mariquilla Marilyn. Buena semana.
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