Estefanía se aproximaba a la puerta de
su casa en aquel atardece otoñal que tras el cambio horario anticipaba la
llegada de la oscuridad. Vislumbró la figura de su vecino en amena charla con
dos niños de poco más de diez años. En la acera de enfrente, la madre de los
peques, observaba atenta la marcha de la conversación, junto al coche con el
maletero abierto en el que se acomodaban dulces, prendas deportivas, toallas y
otros envoltorios de formas insospechadas.
Estefanía anduvo el trecho que le
separaba de su hogar; tras saludar se integró en la conversación en la que los
chiquillos explicaban que estaban vendiendo diversos productos para financiarse
en parte o en su totalidad el viaje de fin de curso que marcaría la despedida
del colegio y la tarjeta de embarque al instituto.
Estefanía conocía este ritual que se
iniciaba en noviembre, año a año y solía colaborar encargando un elemento lo
más original y caprichoso posible. Para ella era el disfrute de la solidaridad.
Así pues solicitó el catálogo a unos muchachos con mas buena intención que
organización y alumbrada con la intermitencia de una farola dubitativa rebuscó
entre páginas alegres.
El mayor de los vendedores, en un
impulso acompañado de gestos nerviosos y circulares de las manos soltó un
consejo no pedido con tal vehemencia
que Estefanía se vio abocada a seguirlo
a pie juntillas.
-“El que más me ha gustado es una bola
del mundo que tiene dentro unos chocolates pequeños con lakasitos por fuera.
¡Están tan buenos! ”- masticó las palabras mientras se relamía.
Estefanía preguntó detalles sobre el
precio y el tamaño del producto mientras el chico, ajeno al interrogante,
hablaba desde su paraíso edulcorado hasta que cambió el rictus de su boca al
concluir “¡La pena es que se hayan acabado! “. Como despedida tiró de recuerdos
placenteros y se desparramó en un “¡Pero
los lakasitos….,mi madre, cómo estaban los lakasitos!.
No había mejor argumento que convenciera
a Estefanía a inclinarse en la decisión final por un planeta Tierra habitado
por confites del país de los lakasitos . Sonrió ante la pasión con la que aquel
muchachote regordete hizo visible el volcán del deseo en un torrente dialéctico
dulzón.
Acordaron la fecha de entrega del pedido
y aun después de que el coche se alejara con los satisfechos vendedores, flotó durante unos minutos, la estela de tiernos
queques bañados en un mar de colores en el magma de un globo terráqueo. Y es
que adentro, bajo la diversidad cromática, nace la dulzura. Buena semana.
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