Raquel cerró la puerta
y se vio envuelta en el inconfundible abrazo del hogar. El día llevaba un par
de horas despierto y , a pesar de ser otoño, se vestía con el modelo cielo azul
verano.
Raquel preparó café y pintó en el
almanaque un punto verde en el día que se correspondía con la jornada recién
estrenada. Sonrió y tomó un sorbo del sabroso y humeante café negro. Sonrió
como lo hacía cada vez que lograba vencer un miedo o cuando reconocía un temor
o espantaba un sufrimiento. En estas ocasiones sonreía con el corazón. Como
ahora.
Raquel le planteó a su hijo Esteban de
12 años, quince días atrás si quería ir solo al instituto que distaba ocho
calles de la casa familiar. Había estado hablando con otras madres y estas la
animaron a tomar tal decisión. Hasta ese momento, ella le dejaba en la puerta
del centro, cada mañana, ejerciendo de abnegada guardiana de la integridad
física de su descendiente. Pero Esteban había empezado en el instituto y los
temores de Raquel, lejos de disolverse se expandieron como mancha de aceite. El
chico le contestó que claro que sí, que se lo llevaba pidiendo desde que
empezaron las clases.
Raquel, ese día, sacando fuerzas de
flaquezas dejó que Esteban fuese solo, por primera vez el trayecto en el que se
encontraría con sus iguales, camino del centro escolar. Recuerda ella que esa
mañana no hubo café sabroso y humeante sino infusión de valeriana amarga y
gélida. No hubo labios que sonrieran sino estómago que encogiera y corazón que
galopara; y así esperando hasta que un mensaje del hijo notificaba que había
arribado a costas seguras.
Raquel llevaba anotados los días
transcurridos desde aquel primer intento de vencer al férreo coselete del
miedo. Paradójicamente, dos días atrás, esteban, que era adolescente pero
inteligente, le planteó a su madre que si le podía alcanzar al instituto dado
que se había acostado muy tarde la noche anterior y estaba muerto de cansancio.
La buena mujer contuvo los deseo de situarse en modo chófer y se inventó con
una naturalidad pasmosa una excusa de tal creatividad que ella misma no
salía de su asombro.
Raquel, ahora contemplaba el día que se
desplegaba ante su vista reparando en el periódico que le dejaba cada mañana el
panadero; estaba abierto por la página en la que había una reseña literaria,
con motivo de la presentación de su último libro, Un sudario del
poeta Rafael José Díaz. Las palabras ardiladas con un sentido lirismo por el
orfebre de la palabra llegaron a lo mas profundo de Raquel quien de forma
emocionada e inconsciente leyó en voz alta:
“Desmenuzo unas sílabas
Para el sol en mi boca”
Sonrió, una vez más y salió a la calle
de un pueblo en la volcánica, de casas blancas, azules y verdes isla de
Lanzarote. Buena semana
No hay comentarios:
Publicar un comentario