domingo, 22 de noviembre de 2015

DESMENUZO UNAS SÍLABAS PARA EL SOL EN MI BOCA

Raquel cerró la puerta y se vio envuelta en el inconfundible abrazo del hogar. El día llevaba un par de horas despierto y , a pesar de ser otoño, se vestía con el modelo cielo azul verano.
Raquel preparó café y pintó en el almanaque un punto verde en el día que se correspondía con la jornada recién estrenada. Sonrió y tomó un sorbo del sabroso y humeante café negro. Sonrió como lo hacía cada vez que lograba vencer un miedo o cuando reconocía un temor o espantaba un sufrimiento. En estas ocasiones sonreía con el corazón. Como ahora.
Raquel le planteó a su hijo Esteban de 12 años, quince días atrás si quería ir solo al instituto que distaba ocho calles de la casa familiar. Había estado hablando con otras madres y estas la animaron a tomar tal decisión. Hasta ese momento, ella le dejaba en la puerta del centro, cada mañana, ejerciendo de abnegada guardiana de la integridad física de su descendiente. Pero Esteban había empezado en el instituto y los temores de Raquel, lejos de disolverse se expandieron como mancha de aceite. El chico le contestó que claro que sí, que se lo llevaba pidiendo desde que empezaron las clases.
Raquel, ese día, sacando fuerzas de flaquezas dejó que Esteban fuese solo, por primera vez el trayecto en el que se encontraría con sus iguales, camino del centro escolar. Recuerda ella que esa mañana no hubo café sabroso y humeante sino infusión de valeriana amarga y gélida. No hubo labios que sonrieran sino estómago que encogiera y corazón que galopara; y así esperando hasta que un mensaje del hijo notificaba que había arribado a costas seguras.
Raquel llevaba anotados los días transcurridos desde aquel primer intento de vencer al férreo coselete del miedo. Paradójicamente, dos días atrás, esteban, que era adolescente pero inteligente, le planteó a su madre que si le podía alcanzar al instituto dado que se había acostado muy tarde la noche anterior y estaba muerto de cansancio. La buena mujer contuvo los deseo de situarse en modo chófer y se inventó con una naturalidad pasmosa una excusa de tal creatividad que ella misma  no salía de su asombro.
Raquel, ahora contemplaba el día que se desplegaba ante su vista reparando en el periódico que le dejaba cada mañana el panadero; estaba abierto por la página en la que había una reseña literaria, con motivo de la presentación de su último libro, Un sudario del poeta Rafael José Díaz. Las palabras ardiladas con un sentido lirismo por el orfebre de la palabra llegaron a lo mas profundo de Raquel quien de forma emocionada e inconsciente leyó en voz alta:
“Desmenuzo unas sílabas
Para el sol en mi boca”
Sonrió, una vez más y salió a la calle de un pueblo en la volcánica, de casas blancas, azules y verdes isla de Lanzarote. Buena semana


 

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