El paseo marítimo era dominado por una construcción
resultado del sueño del arquitecto que la diseñó; anhelaba convertir el
monumento cultural en el faro de la playa, de la ciudad costera, de la isla con
nombre de grandeza; llevaba el nombre de un ilustre nativo,de fama mundial, que
había destacado en el delicado y entrañable campo de la ópera.
En la acera que se desplegaba a su pies, una pareja
daba vueltas en torno a la taquilla herméticamente cerrada y completamente a
oscuras.
El fluir habitual de transeúntes mantenía su ritmo ajeno a la desorientación
del matrimonio entrado en años.
Él sujetaba un papel en la mano al que giraba con tal expresión de confusión como si una repentina amnesia le hubiera borrado
cualquier vestigio de su lengua materna. Ella hablaba en modo eco, repitiendo
la última sílaba dicha por él; a lo sumo su creatividad se expresaba en alguna
que otra muletilla desgastada que en ocasiones quedaba a medio nacer.
El espectáculo cómico al que esperaban asistir
amenazaba con convertirse en un drama absurdo; o bien ellos estaban en el lugar
equivocado, o bien la representación se había fugado de la cita prevista.
Desde una vista panorámica parecían dos trompos
girando sobre sí mismos sin orden ni concierto.
Volvieron a la taquilla y confirmaron en un cartel
que se produciría la apertura dos horas antes del inicio de toda
representación. Pero solo quedaban diez minutos para que se alzara el telón y no
había ningún indicio, por leve que fuera, de que esto fuera a tener lugar.
Perplejos, se sentaron en un banco frente a la
imponente construcción mientras la noche brillaba, indiferente a su situación.
Más que tristeza era desconcierto lo que se pintaba
e su rostro; la incomprensión les maquillaba agrandando sus ojos, perfilando sus
cejas alzadas y marcando un apretado trazo descendente en la línea de sus bocas.
Él seguía a su papel pegado; ella seguía a su lado,
en su decir y en su callar.
Se levantaron y se fueron, llevándose con ellos los
plomíferos pasos de la decepción para, sin norte ni cualquier otro punto
cardinal como guía,ser engullidos por la multitud de paseantes.
Él sentía que algo se le había pasado por alto y en
un último intento por reconquistar la cordura desanduvo las huellas de sus
zapatos acompañado por el deshacer del andar de ella.
Retornaron al espectacular teatro y contemplaron casi
con reverencia la ventanilla abierta de la taquilla como si de una luz
salvadora se tratara.
Raudos, fueron a dar con la empleada que, tras leer
el papel casi devenido en papiro, les aclaró, diligente, que la fecha impresa era para el día siguiente.
Ni él ni ella habían revisado la reserva digital
porque no veían de cerca y habían dejado las gafas en casa.
Se fueron carcajeándose a modo de aperitivo de lo
que anticipaban sería las risas de la representación futura. Con alivio y
alegría pensaron que con frecuencia la comprensión del absurdo cotidiano suele
pasar por la ATENCIÓN a lo que se tiene delante. Buena semana.
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