Adargoma se acomodaba en el
sofá procurando no aumentar el dolor de su muslo con un movimiento brusco.
Aunque le costaba reconocerlo se sentía derrotado en lo que parecía, por el
momento, su última batalla. Lo más irritante era tener que aceptar que la falta de atención lo confinaría en los
próximos días a la estrecha celda del
sillón de tres plazas. Veinticuatro horas antes, absorto como estaba atendiendo
al móvil, anduvo por la calle hasta que tropezó con un contenedor de basura,
desplazado de su enganche por la fuerte ventolera que azotara la ciudad desde
comienzos de la semana. Y ahí estaba él, en pleno sábado con el ánimo de lunes.
Adargoma se refugiaba, a
menudo, en sus pensamientos para distraer su malestar. Pero esta vez no
encontró el asilo ansiado en las imágenes hechas palabras que, a modo de
película, se sucedían en su mente, fotograma a fotograma, con un triste adagio
como banda sonora.
Adargoma era fuerte físicamente
y se vanagloriaba de tener gran fortaleza mental. De hecho, manejaba el difícil
arte de surfear por la nata de las emociones sin tocar nunca fondo. Pero esta
vez la cosa pintaba diferente: el accidente, en apariencia sin importancia, se
complicaría acabando en la amputación de una pierna. Su pensar hasta ese
momento sereno recorrería los entresijos de la impotencia y la desesperación a
la pata coja; su trabajo actual que implicaba visitar a las empresas que
proveía, devino en tres líneas de un curriculum que poco tenía de vida. Y su
relación con la mujer junto a la que arribara día sí, día también,a las costas del placer, viajó
hacia la zona polar sin billete de retorno.
Adargoma, por largo tiempo,
vivió en shock, maldijo, se rompió y rompió cuanto y a cuanto osara cruzarse en
su camino y buceó ´en el más profundo de
los pozos sin encontrar agua sino hiel; hasta que cierto día, pasadas muchas,
muchas lunas, se observó delante del espejo comprobando que su pierna
ortopédica quedaba bien sujeta, dispuesto a saborear lo que de dulce, amargo,
agrio y picante trajera la jornada a punto de estrenar. Tardó tiempo, pero
cierto amanecer, atrapado por el abrazo excitante que prometía una inauguración
voluptuosa del amanecer, único por ser presente, se sorprendió agradeciendo haber aprendido a
nadar contracorriente. Y así, en modo salmón, se sumergió en la satisfacción de
su deseo…. Buena semana.
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