Nayra no podía dormir esa
noche. La cama, en modo orquesta, ejecutaba un díscolo concierto guiada por la
improvisada batuta en la que se había convertido su cuerpo insomne, cansado
casi hasta la extenuación. Pero a pesar del agotamiento, el sueño huía,
extraviado.
Nayra solo pensaba en las
tareas que habría de realizar en breves horas. Necesitaría tener la mente despejada y por mucho que cerrara los ojos,
respirara pausadamente y permaneciera inmóvil, párpados, nariz y cuerpo giraban
en una danza desordenada que deshacía el orden de las sábanas y mantas, el
orden de su descanso…el orden de su universo.
Nayra echó una ojeada al
reloj digital que pautaba, segundo a segundo, el tiempo de su desosiego.
Observó desde la trinchera casi al descubierto de su lecho, cómo los números aparecían
y, tras una breve presencia, transmutar en el siguiente y así, sin prisas pero
sin pausa.
Nayra pensó que solo le
faltaba empezar a divagar sobre el fluir de la vida y otras zarandajas
filosóficas, propias de quien no tiene otra cosa mejor que hacer ni una lista
casi interminable de obligaciones que llevar a buen puerto. Y con este
distanciamiento del inútil abismo metafísico, se levantó cuando la cifra que
aparecía en la pequeña pantalla rectangular mostraba la inquietante combinación
01:23.
Nayra, sentada en la cama,
sostenía sobre sus muslos la agenda de trabajo con la misma desolación que la protagonista del lienzo, Habitación de hotel de Edward Hopper.Fuera,
la noche habitaba. Dentro, la llama de la oscuridad se mantenía encendida. Y
ocupando toda dimensión espacial el aire enrarecido dificultaba la respiración. No tenía olor, no
era visible, pero penetraba por los poros de la piel de esa mole de carne
abatida que detestaba detestar lo que hacía.
Nayra volvió su vista hacia
el cronómetro del devenir y espantada, se levantó, apartando su particular Biblia
de salmos y mantras laborales El número
premiado en el sorteo de la fijación del instante era el 02:16. Se dirigió al
armario y tras vestirse, en apariencia con lo primero que encontrara, salió de la
habitación, salió de la casa, salió de ese estar inconsciente; y llave en mano,
puso en marcha el motor de su coche. Tras varias curvas cerradas que descendían
hacia el agua con olor a sal, llegó a la playa mientras se decía “Somos el
tiempo que nos queda”.
Nayra contempló el mar, su
vaivén, Ansió ser ola que subiera y bajara. Deseó habitar en un mar de
consciencia. Y así permaneció hasta el amanecer.
Nayra de vuelta a casa con
una sonrisa que le recorría los entresijos de su corazón decidió que era el
momento de revisar su relación con el trabajo y en un diálogo interno que se
hizo sonido concluyó. “De esta me hago
budista o surfista”. Buena semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario