domingo, 16 de octubre de 2016

nº 171. ME HAGO BUDISTA O SURFISTA.


Nayra no podía dormir esa noche. La cama, en modo orquesta, ejecutaba un díscolo concierto guiada por la improvisada batuta en la que se había convertido su cuerpo insomne, cansado casi hasta la extenuación. Pero a pesar del agotamiento, el sueño huía, extraviado.
Nayra solo pensaba en las tareas que habría de realizar en breves horas. Necesitaría tener la  mente  despejada y por mucho que cerrara los ojos, respirara pausadamente y permaneciera inmóvil, párpados, nariz y cuerpo giraban en una danza desordenada que deshacía el orden de las sábanas y mantas, el orden de su descanso…el orden de su universo.
Nayra echó una ojeada al reloj digital que pautaba, segundo a segundo, el tiempo de su desosiego. Observó desde la trinchera casi al descubierto de su lecho, cómo los números aparecían y, tras una breve presencia, transmutar en el siguiente y así, sin prisas pero sin pausa.
Nayra pensó que solo le faltaba empezar a divagar sobre el fluir de la vida y otras zarandajas filosóficas, propias de quien no tiene otra cosa mejor que hacer ni una lista casi interminable de obligaciones que llevar a buen puerto. Y con este distanciamiento del inútil abismo metafísico, se levantó cuando la cifra que aparecía en la pequeña pantalla rectangular mostraba la inquietante combinación 01:23.
Nayra, sentada en la cama, sostenía sobre sus muslos la agenda de trabajo con la misma desolación que  la protagonista del lienzo, Habitación de hotel de Edward Hopper.Fuera, la noche habitaba. Dentro, la llama de la oscuridad se mantenía encendida. Y ocupando toda dimensión espacial el aire enrarecido  dificultaba la respiración. No tenía olor, no era visible, pero penetraba por los poros de la piel de esa mole de carne abatida que detestaba detestar lo que hacía.

Nayra volvió su vista hacia el cronómetro del devenir y espantada, se levantó, apartando su particular Biblia  de salmos y mantras laborales El número premiado en el sorteo de la fijación del instante era el 02:16. Se dirigió al armario y tras vestirse, en apariencia con lo  primero que encontrara, salió de la habitación, salió de la casa, salió de ese estar inconsciente; y llave en mano, puso en marcha el motor de su coche. Tras varias curvas cerradas que descendían hacia el agua con olor a sal, llegó a la playa mientras se decía “Somos el tiempo que nos queda”.
Nayra contempló el mar, su vaivén, Ansió ser ola que subiera y bajara. Deseó habitar en un mar de consciencia. Y así permaneció hasta el amanecer.

Nayra de vuelta a casa con una sonrisa que le recorría los entresijos de su corazón decidió que era el momento de revisar su relación con el trabajo y en un diálogo interno que se hizo sonido concluyó. “De esta  me hago budista o surfista”. Buena semana.

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