Armiche tenía una relación
de fascinación con la imaginación. Donde
otros veían rutina, él contemplaba brotes de fantasía que trocaban lo insulso en
pasión.
Armiche ignoraba que vivir
lo cotidiano como prodigio no era una apuesta popular y le costaba entender el
pesar aceitoso del aburrimiento que impelía a gran parte de sus conocidos a
buscar el entretenimiento en las costas escabrosas de la intimidad ajena.
Armiche a veces sonreía y a
veces reía a mandíbula batiente. Entrenaba diariamente para ser más diestro en el ardilar una
ocurrencia con otra o en realizar un particular
y solitario crucero por las décadas vividas. Se sumergía en las profundidades
oscuras, pertrechado con linterna abisal
para traer a la luz a aquellas criaturas que nadaban impasibles, en su
interior, ajenas al sol que brillara en la superficie.
Armiche también se veía
reflejado en aquellos freakers atemporales cuando el Polifemo de la desesperación
le guiñaba, a lo grande, su único ojo; o cuando la traición, el abandono y la incomprensión salían de su cueva, , en
modo cabello con peinado serpiente, adornando
el rostro paralizante de Medusa.
Armiche viajaba, de vez en
vez, al continente donde las fronteras entre los países, Rabia, Miedo y
Tristeza sufrían constantes cambios .A veces le costaba reconocer sus idiomas e
incluso se desubicaba perdiéndose por los laberintos del dolor. Le resultaba
especialmente gratificante realizar este tour en la época de lluvias, donde el
llanto propio se confundía con el agua de las nubes.
Armiche aprendió de la
anciana abuela que el verdadero poder lo otorgaba el amor quien la viejita
entendía como valor y brío.
Armiche buscó el amor, y lo encontró en unos labios que no buscaban
ser entretenidos sino sostenidos.
Armiche cada día agradecía a
su compañera, su compañía. Agradecía no tener que entretener, sino sostener.
Agradecía tener …. amor propio y ajeno. Y así, cada día era un prodigio. Buena
semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario