Tibiabin se despertó cinco
minutos antes de que sonara el despertador. Se encontraba, aún, a medio camino
entre el sueño y la vigilia. Tardó varios minutos en incorporarse física y
mentalmente al nuevo día.
Tibiabin sentía su cuerpo
descansado a pesar de que el recuerdo de lo soñado le producía un gran
agotamiento emocional. A veces, dudaba del grado de veracidad atribuido a lo
cotidiano pues, para ella, corría parejo
a lo onírico. En su adolescencia llegó a desear no soñar, o al menos, no
recuperar el más leve vestigio de lo soñado. Era tan intensa su desconcertante
actividad mental mientras reposaba en la horizontal, que hubo de transcurrir
mucho tiempo para reconocer el diamante en bruto que se le ofrecía al alcance
de su mano cuando el día se marchaba; con la caída de párpado, se subía el
telón de una nueva mirada.
Tibiabin coleccionaba alifafes.
Su entorno asumía este hobby con total
naturalidad sin que los amagos diversos que padecía fueran motivos de alerta.:
contracturas, esguinces, dolores musculares, leves o moderados que le hicieron
recorrer sendas escarpadas en busca de la salud perdida. Cada sanación era
interpretada por ella como una victoria en su particular sendero de gloria.
Tibiabin, confundida a la
hora de distinguir el territorio vital con su memoria, consideró llegado el
momento, de retratarse en lo que denominó su cartografía personal. Consistía
esta aventura en fijar, foto a foto su andar diurno y nocturno, y así apuntó
con el objetivo al balcón de su dormitorio y en el momento de irse a dormir…disparó
la cámara. A partir de este momento igual ritual celebró cuando estrenaba cada
día.
Tibiabin empezó, de esta
forma, la colección protagonizada por un balcón observado a la luz de la luna,
a la luz del sol, en la claridad, en la oscuridad, en el fin que genera un
comienzo y en la apertura nacida de la clausura. Y si el contemplar un objeto lo modifica, modificar la
contemplación elevó a la enésima potencia dicha transformación.
Tibiabin, con el tiempo,
imagen fija a imagen fija, foto a foto, confeccionó
un atlas del abrir y cerrar, de sus luces y sombras, que compartió con el senderista que anduvo por su corazón y
lejos de ser turista ocasional, resultó viajero y aventurero apasionado.
Tibiabin comprendía el mundo
sabiendo que aunque mostrara su rostro transparente u opaco, existe también lo
traslúcido Buena semana.
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