domingo, 22 de enero de 2017

nº 184. JUSTO LO CONTRARIO, UNA VEZ MÁS


Policarpo está otra vez fuera del aula. Se apoya en la pared, el único sostén seguro en estos momentos. Cuando se despertó, cuatro horas antes, ya barruntaba lo que una vez más se había hecho realidad: la pérdida del autocontrol.
Desde que comenzó la clase, Poli, como era llamado, parecía gallina sin nidar. Tenía ganas de moverse y no era su culpa si en el vaivén chocaba con el hombro de su compañera que, harta,  a la tercera vez , le empujó. Y claro, él chilló. En defensa propia, naturalmente.
Poli no quería que le tocaran sin permiso pero no tenía dificultad para propinar collejas al alumno más tranquilo del grupo. Aderezaba, además, el manotazo con un sonoro “¿Qué pasa, tomatito? Lo que ocasionaba que el destinatario del mensaje verbal y físico  encendiera  su rostro , hasta palpitar el fluir de la sangre, en los cachetes  de generosa amplitud. En esos momentos, Poli se desconectaba del dolor ajeno centrado en camuflar con bravatas y carcajadas el propio.
Y hoy volvió a pasar.
Y él, desde la mañana, lo presintió.
Masticó esta creencia de camino al centro escolar y después se la tragó; si bien su digestión fue imposible. Al final  terminó por vomitarla en forma de chillidos contra el profesor que, cansado y perplejo ante tanta insolencia, optó por expulsarle de clase.
Poli reconoce, ahora que pivota en uno y otro pie, de manera alterna, que el profe tuvo aguante. Es más, él no habría soportado ni la mitad.
Lo peor era todo el rollo que vendría cuando volviera a casa. Bueno, cuando su madre llegara a casa por la tarde. Estaría cansada y con pocas ganas de enfrentarse a otro problema. Porque de fijo, que de esta, le caía la expulsión. Tendría que arreglársela para convencerla de que él no era el único que molestaba pero que como tenía mala fama…… Poli no estaba seguro de cómo reaccionaría su madre, era una caja de sorpresas: ante la misma situación, a veces parecía un demonio y otras lo  achuchaba hasta  casi dejarlo sin poder respirar, al tiempo que muy digna, aseguraba que pediría permiso en el trabajo para hablar con el profesor ése, que no sabía por qué le tenía tanta manía a su hijo. Su madre en estos momentos de explosión afectiva le decía que aunque él era desinquieto, en el fondo no era mal chico. Ella podía ver cómo era por dentro. Cuando se quedó embarazada, no tenía claro si tenerlo o no, hasta que decidió  tirar ella sola pa´’lante: si había manzana para comer, eso se comía ; si pera, pera, pues..
Poli era la alegría de su mamá.aunque solo podía estar con él cuando volvía del trabajo pues salía de casa muy temprano; el chico se había acostumbrado a despertarse solo y medio dormido, desayunar y salir a la escuela.
Poli no pensaba contarle a su madre lo del sueño que había tenido la noche antes ni que se comió una cuña de chocolate para desayunar. En realidad ya se le había olvidado.
En el pasillo intenta respirar con la espalda contra la pared pero el aire equivoca la ruta y troca en arcadas. Escupe en el suelo.  Asqueado, se dice que  no puede, que todo es una mierda y en estas andaba cuando un chico de otro curso más pequeño pasa a su lado y mira con desagrado el piso manchado. Poli  sabe que no queda otra que soltar un afilado:
"¡Qué miras atontao! ¡Quieres que te parta la cara!"
A Poli le hubiera gustado sentirse deseado, poder expresarse, sentirse seguro para explorar el mundo, poder fantasear sin miedo, sentirse único y especial, sentir que nunca sería abandonado, saber distinguir entre lo que era de él y lo ajeno, saber a qué atenerse…pero sobre todo, poder  llorar las pesadillas ante unos oídos que le despertaran enseñándole qué podía hacer y qué no.

Le hubiera gustado pero él sentía justo lo contrario…..una vez más .Buena semana.


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