domingo, 15 de enero de 2017

nº 183. INTIMIDAD


Mariana se revolvía en el asiento del transporte público intentando ocupar su espacio sin que se produjera contacto alguno con el señor que, oblongo, apretaba una maleta, rozando su brazo ; sentía una incomodidad con visos de rechazo.
No le gustaba la intimidad física con personas desconocidas y menos cuando era producto de encuentros casuales. Necesitaba construir puentes de tiempo entre los espacios comunes para vestirse con sus mejores galas, las que le sentaban de escándalo y con las que se sentía linda de veras: las de la franqueza, la sensibilidad y la confianza.
Mariana al encontrarse en una multitud buscaba el ángulo en dónde respirar, huyendo con pericia de todo contacto que a su juicio era sin tacto.
Lo que Mariana detestaba por encima de todo era sentirse vulnerable; por eso fabricaba una apariencia de fría eficacia que la parapetaban tras una gélida muralla. Hablar con ella semejaba realizar un trámite oficial.
Mariana en la distancia media se sentía a salvo y podía vivir tranquila, observando cuánto le rodeaba, disfrutando de su timidez y dejando que su corazón le marcara las rutas a seguir en un diálogo solitario.
Hasta que cierto día llegó el deshielo en forma de pupilas que la miraban al otro lado del espejo y donde vio por primera vez reflejada su debilidad sin necesidad de coseletes protectores, junto a su fortaleza, producto de muchos años de arduo empeño. Y fue que la franqueza hizo nido en su boca, la sensibilidad pintó su rostro de sonrisas y la confianza le ciñó la cintura, más arriba y más abajo también. Y vaya que sí aprendió a manejarse en las distancias cortas.
Al abrazar su vulnerabilidad, accedió también a la intimidad.
Desde entonces la caricia casual o voluntaria alimenta el gusto por la vida y ya no pelea consigo misma si otro cuerpo se adentra en su espacio; y aunque no haya salvoconducto, a veces, por placer, abre sus fronteras. Buena semana.




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