Clotilde y su hija Dolores, toman café junto a sus
amigas, en la playa de las Canteras. La madre está preocupada porque la niña, a
pesar de estar en edad de casarse, no parece interesada por ninguno de los
jóvenes de buena familia que habitualmente la cortejan.
Dolores
está mustia. Apenas come. Suspira sin motivo. Y aunque no se rebela, se resiste
a ser amable con los chicos que, por su condición social son los idóneos para
mantener el estatus que, Guillermo, su padre, ha logrado alcanzar tras muchos
años de arriesgadas apuestas empresariales.
Clotilde
quiere encontrar el marido ideal para su hija. Es su obligación como madre, tal
como hiciera la suya, que en paz descanse. Bien es verdad que con Guillermo no
sintió nunca lo que le despertó aquel caballista pero a fin de cuentas, su
esposo había sido un buen hombre; soso sí, pero noble; y le había proporcionado
una posición holgada de la que se sentía satisfecha.
Su
matrimonio había sido un contrato mercantil en el que ambas partes habían
cumplido lo pactado. Solo quedaba casar a la niña, encontrar un hombre que le
dé sombra. Y rápido pues no le agradó en absoluto el comentario de su amiga
Elisa insinuando que cierto cambuyonero parecía estar muy cerca de donde la
niña se hallaba. Hasta se le había visto a la salida de la misa del domingo en
la iglesia de la Luz.
Se
masca la tragedia. ¿Para quién? .Buena semana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario