Angustias entró en el bar, como era habitual, a la
hora de la partida de dominó de los cuatros viejos que acudían puntuales a la
cita diaria, si bien venían acompañados por algún familiar que les recogía dos
horas mas tarde. Así acontecía desde que ellos podían recordar, lo cual no era
mucho decir porque el olvido, sobre todo de lo inmediato, campaba a sus anchas
por las mentes de estos adictos a las piezas de puntos
negros.Todos eran septuagenarios y en la mesa, junto a las fichas, había una
botella de agua con la que se llenaban los vasos que constituían el único
líquido permitido a los abueletes y que ellos degustaban como si fueran
exóticos daikiris. Ah, sí, había también un paquete de kruger, a pesar de que
ninguno fumaba. Angustias recordaba su etapa de fumadora siempre de tabaco
rubio aunque hubo algún que otro coqueteo con los cigarrillos negros tras
rendir pleitesía a las placenteras demandas de Eros. La película Smoke
compartía su banda sonora con una parte importante de su juventud.
Transcurridas dos décadas sin fumar ella afirmaba: "Soy de las
arrepentidas pero no de las fundamentalistas" e incluso confesaba que aun
se sentía embriagada por el olor del tabaco en pipa . Se deslizaba la tarde con
la cotidiana y sana monotonía habitual cuando su vecino Alberto se acercó al
local para encontrarse con su padre; recién había aterrizado en la isla para
pasar una semana con su progenitor; ya hacía tres meses desde la última vez que
padre e hijo compartieran tiempo y techo pues el trabajo del joven le mantenía
ocupado en otra zona del país. Una vez traspasada la puerta de la tasca, al
contemplar el paquete de kruger junto al vaso de agua, a medio llenar de su
padre, Alberto preguntó a Celedonio, dueño del bar, si su viejo había vuelto a
fumar esos característicos cigarros negros cuyo olor le transportaba a su
niñez. El gesto de Celedonio al contestar se vio interrumpido en su respuesta
porque los kruger fueron a parar al jugador de la derecha del padre de Alberto,
una vez que el anciano hubo colocado una ficha. Alberto no entendía nada,
máxime cuando observó que el paquete de cigarros estaba sin abrir. Fue
Celedonio quien, aguantando la risa, le explicó que, debido a que la memoria se
les iba y venía a estos ludópatas del dominó, habían acordado un truco para
saber a quién le correspondía tirar: una vez que se depositaba la ficha había
que situar el paquete de Kruger en el lugar del jugador que tenía el turno. Por
eso Celedonio guardaba cada tarde, desde hacía dos meses, junto a la caja con
las fichas del dominó, un paquete de kruger sin abrir.
Angustias pensó que esto también era realismo mágico como el de Cien años de
soledad y se tomó con una sonrisa su cortado de leche y leche y la vida de esa
tarde en el bar al que llamaban el quitapenas .Buena semana.
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