Angustias había terminado de aplicar una capa de
esmalte antioxidante a una de las puertas delanteras del coche familiar y tras
atender una llamada telefónica urgentemente afectuosa, continuó con su rutina
diaria olvidando la brocha sumergida en media botella de plástico, improvisada
piscina en la que bucear. Dos días mas tarde, Angustias asumía que el grueso
pincel sería conducido al punto limpio del pueblo como su última morada. Se
congratulaba de que la materia gris de los servidores públicos, elegidos
democráticamente, hubiera gestionado eficazmente la creación de un espacio que
abarcara los colores del arcoiris y trazara rutas circulares por donde
transitar la Naturaleza en sus múltiples manifestaciones. Contemplaba esos
terrenos del reciclaje, testigos discretos del desgaste humano pero que como
ave fénix, renacían con generosidad y utilidad .Miraba el mar, imposible de obviar pues Angustias residía en el litoral y amaba
profundamente la visión de esa colcha azulada y dinámica, a veces plácida,
otras aguerrida, pero siempre tan refrescante como el hierbahuerto en el té o
el cardamomo en el café.
Había decidido, décadas atrás, ser acólita del sol, el viento, el agua y la
tierra que, como decía el sabio clásico, Empédocles, son el origen y
constituyen toda la realidad. Y también había entendido, como asimismo sentenciaba
el pensador de Agrigento, que las dos fuerzas que actúan sobre los cuatro
componentes esenciales son el amor, que une y el odio, que separa.
Por eso, Angustias sufría una fuerte descomposición anímica cuando escuchaba la
expresión "prospecciones petrolíferas", porciones de comida basura
que como tal, maquillaban su origen y su finalidad, produciendo, eso sí,
pesadas indigestiones, con el consiguiente e innecesario dolor.
Angustias no quería que el lugar que le brindaba cada día la posibilidad de existir,
se transformara en una ciénaga tan incierta, corrosiva y yerma como el placer
nacido en el dolor ajeno.
Angustias no quería que las inversiones públicas en energías de origen fósil
(carbón, gas, petróleo) vistieran el maillot vencedor (amarillo en Francia,
rosa en Italia, rojo en España), dejando en un rezagado pelotón secundario el
desarrollo de alternativas térmicas, hidraúlicas y eólicas.
Angustias no quería que la estulticia de líderes mezquinos abriera pozos de
fuego sobre el mar de la confianza en los gestores de lo público, en la
justicia del bien común, valores que, por algún extraño sortilegio, propio del
mas cutre y obsoleto cuento infantil, parecía que hubieran sido borrados de la
mente de los próceres de la nación por siniestros seres diabólicos.
Angustias se decía que tal desastre, va a ser que no .¡Qué demonios! Buena semana.
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