Angustias dejó de leer El
gatopardo, espejo de un modo de habitar,
de pensar y de sentir, aparentemente en decadencia. El autor Giuseppe Tomasi de Lampedusa, por
boca de Don Fabrizio afirmaba que cuando se quiere que todo permanezca igual,
hay que cambiar todo y Angustias constataba que en el principiar del siglo XXI
dichas palabras eran de una asombrosas actualidad. El fin de semana anterior,
viendo la televisión junto a su hijo Javier supo del hundimiento de una patera
en las costas de Lampedusa. Al vástago
de Angustias le vino a la memoria el recuerdo de un compañero que , años
atrás, compartiera aula en el instituto, tras sobrevivir a un naufragio y que concluido el periodo escolar, había desaparecido en el potente disolvente
del anonimato. Angustias rememoraba también aquella época con imágenes dantescas
donde cuerpos de pieles blanquísimas o
hermosamente doradas y cabellos rubios naturales o de bote compartían lecho arenoso
con cadáveres de piel color de ala de cuervo. Le resultaba funesto que mares y
océanos civilizados se hubieran
convertido en la patria póstuma de cuerpos
inertes, exiliados, que, aunque compraron billetes para el navío
Esperanza, terminaron realojados en andas, postrera residencia donde al fin obtuvieron
el codiciado derecho a la ciudadanía en una líquida, fría y salada nación. En
la tragedia de Lampedusa, los supervivientes serían repatriados a su infierno
de origen; los muertos, automáticamente se convertirían en ciudadanos-zombies
legales.
Una vez mas, el mezquino absurdo
omnipresente que se sustenta en el poderoso Don Dinero, justificador que
enarbola la bandera de la justicia insolidaria, enfermizo como el color ceniciento, grisáceo, amarillento y pajizo
del rostro que aloja restos de una
quimio arrasadora, son las señas de identidad de una humanidad civilizada donde
se confunde la asertividad con el mas pueril egocentrismo, que no por infantil
es menos dañino, donde la eficiencia solidaria es rara avis, donde la exitosa
gestión de lo público brilla por su ausencia, donde el disenso se entiende como
manía persecutoria y donde el poder es el fin y no el medio para mejorar este
planeta que, recibimos en herencia
convaleciente y estamos rematando
en una lenta agonía.
Javier era docente, amaba el arte de enseñar, de
llenar lo vacío, de crear en la nada, de transformar la oscuridad en la luz.
Por eso le intrigaba la vida (propia y ajena) y se preguntaba con cierta frecuencia ,cuál
sería el paradero de aquel compañero de años atrás cuya piel era de color ala
de cuervo.Buena semana.
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