Angustias subió las escaleras del pequeño avión y ante
la petición de la azafata ´para que los pasajeros pasaran hacia los asientos
delanteros, optó por sentarse junto a una de las salidas de emergencia, justo a
continuación de la cabina del piloto.Una auxiliar se le acercó y amablemente le
preguntó si había ocupado ese puesto alguna vez y tras obtener una respuesta
negativa le entregó a Angustias un folleto explicativo donde se detallaba en
dos idiomas las condiciones y responsabilidades de quien ocupara ese lugar
durante el viaje. En caso de no cumplir los requisitos o de no sentirse capaz
para asumir el compromiso que se le pedía, se rogaba que se pusiera en contacto
con cualquier miembro de la tripulación que le asignaría, de inmediato, otra
acomodación.Angustias se consideró apta para tal cometido y devolviendo la
cartulina plastificada bilingüe, pensó que era la primera vez que le ocurría
esto.
Y ya se sabe cómo es la mente, que encadena una palabra con otra y ya se veía
Angustias en otra primera vez, en otro cielo que no era el que en ese momento
surcaba y sobre unas nubes que distaban mucho de parecerse a las que sobrevolaba
en ese momento en su asiento de responsable virtual: se encontraba en el
séptimo cielo, en el reino del primer amor.Y allí estaba él, Jacinto, con los
ojos rasgados, oscuros, alegres, la expresión saltarina y la sonrisa
interminable.Y allí estaba ella, Angustias, riéndole y riéndose en aquella
tarde de otoño, a la salida del instituto, a la salida de los 14 años, y a la
entrada en lo que ya no era la Educación Obligatoria y que después se llamaría
Secundaria, y a la entrada en las turbulentas aguas dominadas por Eros.
Confirmando un tópico tras otro, su amor de quince años le produjo mariposas en
el estómago, temblores que se expandían más allá del aparato digestivo,
desamor, pasión, celos y tras veinte años ( que dicen que no es nada, pero que
son veinte años) de fidelidad solo platónica, la consabida decepción cuando
Jacinto dejó el mundo de las ideas y se hizo carne.Angustias se dio cuenta de
cómo mejoraba el recuerdo la realidad y aún rememora la noche en la que soñó
cómo cerraba la puerta a un Jacinto con pullover verde que se quedaba perplejo
al recibir un delicadísimo portazo (ella siempre tuvo estilo) de su fiel
admiradora.
Acabado el trayecto aéreo sin la necesidad de recurrir a la pericia de
Angustias en situaciones de emergencia y recordando al otrora amado Jacinto,
una vez mas se repitió su frase favorita ya convertida en mantra :siempre lo
mejor está por venir. Buena semana.
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